miércoles, 28 de diciembre de 2016

Viaje a Italia: Pisa




Todo estaba listo para comenzar de nuevo el viaje hasta La Spezia, una localidad costera al Noroeste de Italia, región de Liguria. El GPS hablaba por fin nuestro idioma y nos comentó alegremente que llegaríamos a destino en unas dos horas y media (224 km). El camino se hace un poco largo si pones la radio, porque la música suele ser toda similar a las baladas de Eros Ramazzoti. Amore y amore por todas partes, que llega a perjudicarte los tímpanos y los nervios a la par, y para lo que sólo hay dos salidas dignas: apagar la radio o tener Spotify, de pago.

Nos perdimos, como siempre se pierde uno en una ciudad desconocida, sobre todo si lleva sistema de navegación en el coche. Los GPS se burlan de los turistas y juegan con nuestra paciencia y capacidad de resiliencia. Esto es así. 

Con un sol que nos miraba desde lo alto, malvado, inmisericorde, nos vimos arrastrando maletas por cuestas inesperadas. La Residencia Levante estaba escondida entre callejuelas estrechas y antiguas, cerca de la ladera de la montaña, entre dos vias de tren. Ya está, pensé decepcionada. Venimos a un verdadero tugurio. Me han vuelto a engañar con las fotos y los comentarios. La recepción estaba vacía, como si fuera una recepción a tiempo parcial. Llamé a uno de los teléfonos que venían impresos en una tarjeta.

Enseguida llegó un chico joven, simpático a pesar de no sonreír, con muchas ganas de agradar y facilitarnos las cosas. Respiré aliviada. Nos condujo hasta la primera planta y abrió la puerta de nuestro apartamento. Fantástico, lleno de luz, todo recién reformado, muebles nuevos, limpísimo, baño con ventana, cocina con ventana, terraza. Bien, al final no ha habido mentiras. Aquí estaremos a gusto. 

El chico acompañó a Ramón a por el coche y le condujo hasta el garaje, enorme y gratuito. Y allí nos quedamos unos diez minutos, sintiendo el fresquito del aire acondicionado en la cara. Inmediatamente después salimos hacia Pisa, con la intención de comer allí, ver la ciudad y partir hacia Lucca. En plan viaje organizado.

La cosa empezó bien porque encontramos sitio para aparcar muy pronto, en zona azul, gratuita al ser domingo. Lo malo que estábamos a unos tres kilómetros del centro y nos pegamos un buen paseo entre las tres y las cuatro de la tarde, buscando algún lugar para comer. La ciudad estaba desierta, en esa parte al menos, como si todo el mundo se concentrara en la Piazza dei Miracoli y sus aledaños.

Comimos en una trattoria que da a una plaza pequeña, cuyo nombre no recuerdo, pasta, pizza, cerveza, agua. Era un sitio estrecho y oscuro, con poca gente, entiendo que por las horas, con precios más o menos asequibles para ser Italia. Y con terraza, eso era fundamental. Allí repusimos fuerzas para seguir hasta la Torre inclinada. Teníamos además una importante misión, comprar pan y tomates para complementar el jamón ibérico que nos esperaba en el apartamento para cenar.

Paseamos sin rumbo hacia lo que creíamos que sería el sitio del Duomo pero nos equivocamos, íbamos por la orilla incorrecta del río Arno. Nos encontramos, eso sí, con el bonito Palazzo Blue e incluso vimos un casa inclinada al otro lado del río. Volvimos hacia atrás y pasamos por el puente Mezzo y anduvimos por Borgo Stretto hacia la parte más fotografiada de Pisa, donde la gente es capaz de hacer las cosas más estúpidas por conseguir una foto "original" con la famosa torre.

De camino, nuestra habitual parada para degustar un delicioso café italiano. Siempre en la barra para evitar desembolsos desmesurados. El precio de un café puede ser el triple si te sientas tranquilamente en una terraza a esperar que un camarero te lo sirva.

Por fin alcanzamos nuestro destino. Impresionante la Torre, la Catedral, el Baptisterio y el Camposanto, aunque este último apenas lo vislumbramos por dentro. La entrada a los cuatro monumentos era bastante cara para los cuatro, así que elegimos uno de ellos, el Baptisterio. La entrada a la catedral es gratuita pero a partir de las siete de la tarde, hora a la que queríamos estar de vuelta. Hacía un calor terrible a las cinco de la tarde. 

El Baptisterio impresiona, sobre todo cuando de repente un señor empieza a cantar y comprobamos las cualidades acústicas de la sala. Es el más grande de Italia, de origen románico (1152) y está dedicado a San Juan Bautista.

Tras las fotos chorras de rigor, fuimos paseando de nuevo hacia el coche. El calor nos había robado las fuerzas y la idea de ir esa tarde a Lucca desapareció de nuestra lista de cosas por hacer en ese día. Tomamos unos helados, compramos el pan y los tomates en una tienda regentada por indios y tardamos una eternidad en llegar al aparcamiento.

Me hubiera gustado dedicarle un poco más de tiempo a Pisa, pues estoy segura de que es mucho más que lo que vimos apresuradamente. Otra vez será.

A la vuelta nos perdimos y llegamos a casa mucho más tarde de lo esperado, sobre las nueve. Hechos polvo, hambrientos, acalorados. Así que el bocata y la ducha nos supieron de lujo. Al día siguiente, las Cinque Terre.




1 comentario:

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