lunes, 7 de diciembre de 2015

Mi vida cada vez se parece más a la del conejo de Alicia en El País de las Maravillas

Llego tarde, ¡llego taaaarrrrrrdeeeee!


Excepto por mi aspecto humano, y porque no voy gritando mi falta de puntualidad a los cuatro vientos, cada vez me parezco más al animalito que Alicia veía correr en su onírica historia.

No es que me haya convertido en una maleducada que se dedica a hacer esperar a los demás en sus citas, o se levanta con el tiempo pegado al trasero antes de ir cada día a la oficina.

Lo que pasa es que vivo en un estado de ansiedad pre traumática permanente. Que me perdonen los médicos, psicólogos y demás por atreverme a inventarme nuevos sindromes.

Me paso el día en un sin vivir perpétuo, tratando de encajar las múltiples actividades que invaden mi rutina con la precisión de un cirujano, con tal de llegar no ya a todo, sino a los mínimos imprescindibles. Lo básico para que mi familia no muera de inanición, mis jefes me sigan sin incluir en una lista de reducción de costes y mis amigos no se olviden de mí al organizar la fiesta de Navidad de cada año. Aunque pensándolo bien...

Una vez que lo básico está cubierto, intento ir un poco más allá, como por ejemplo, visitando la peluquería una vez al mes para cubrir mis canas. También considero fundamental hacer ejercicio, a ser posible con un precalentamiento inicial y unos estiramientos finales. Si no pasa lo que pasa y al día siguiente te encuentras con una contractura del tamaño de un dragón, que te escupe fuego en el cuello mientras se ríe en tu cara de tu amor por el fitness.

En ocasiones también leo libros. Unas cosas rectangulares con páginas en papel y letras impresas que te hacen olvidar el mundanal ruido (y el ruido de las obras del vecino, que me tiene frita). Y muy de cuando en cuando, escribo, siempre que consigo robarle horas al descanso homologado y recomendado por la OMS y los fabricantes de colchones, que son muy cool y escriben contenidos en redes sociales para conseguir engueichment.

Y esto no es así por voluntad propia. Es más una cuestión de pura supervivencia e ingeniería logística. También de sentido común. Si quiero comer, tengo que ir al super y luego cocinar. O bien gastarme un pastizal en comer todos los días fuera de casa. Lo cual se aleja de ese poco común sentido y de mi realidad nominal.

Si quiero que mis hijas se labren un futuro (que curiosa expresion esa de labrarse el porvenir) las tengo que llevar al cole (obviando la parte legal del asunto) y luego apoyarlas en sus deberes y después acercarlas a sus actividades extraescolares para que hagan algo de deporte, lo mínimo recomendado por la Asociación de Pediatría. O de esparcimiento mental, tan necesario.

De jugar con ellas o contarles cuentos no hablamos. Este es un tema que me duele más que la contractura, pero que por pura salud mental he tenido que esconder en el cajón, al fondo a la derecha. Lo sacaré con el cambio de armario o cuando Rajoy implemente la jornada de 26 horas diarias. Porque dicen que va a volver a ganar el señor. "Mira mamá, el abuelo está en el iPad", no hija, es el Presidente del Gobierno. Ahhhhhh.

Cosas como hablar con mi pareja, ver una serie juntos, y hacer otras cosas, juntos o separados, son para nota. Y cada vez se van quedando más atrás en la carrera por llegar a la meta de las diez de la noche. Ese punto de inflexión en el que las ojeras llegan hasta la comisura de los labios, los dolorcillos varios empiezan a chillar que ya no te quieren aguantar más y la mente está tan frita como las salchichas de pavo que te han apañado la cena a pesar de que la carne procesada es el demonio.

¿Llego o no llego? Llego porque malo sería que no. ¿En qué estado? Ah amiga, eso mejor no te lo cuento, porque ya te lo imaginas.

Yo no concilio porque conciliar es una palabra que sugiere paz y equilibrio. Lo mío es más parecido a una guerra sin cuartel, a una carrera sin final donde la vida me arrastra de un lugar a otro sin dejarme tiempo para respirar.

¿Soluciones? No las veo a corto plazo. Pero sueño, porque eso también lo hago, en una cabaña en la montaña a la que retirarme a escribir, beber cerveza y consumir alimentos cultivados en el huerto. El del vecino, se entiende. A mí no me engañan más. Que con la supuesta liberación femenina, esa en la que la mujer ya ha conseguido casi todo lo que necesitaba en la vida, porque se parte los cuernos para currar y ganar dinero que gastarse en el Black Friday, he tenido suficiente.

Yo si me voy al campo es para la vida contemplativa. He dicho.







1 comentario:

  1. eso, al campo se va a descansar, que el vecino labre para alimentarte en el futuro! x)

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