martes, 29 de septiembre de 2015

Cosas que me hubiera gustado tener


Dinero para comprar chuches en el quiosco de Lachica, una señora muy mayor, o al menos muy arrugada, que regentaba uno de los negocios más golosos para los ojos de un niño de los 70 y 80. Tenia una amiga a la que sus abuelos le daban la paga casi diaria, una amiga con la que iba de casa al cole y del cole a casa de forma habitual. Ella solía gastarse los dineros en aquel lugar. Jamás compartía su botín.

También quise siempre tener un hermano mayor, todo será porque los tuve pequeños. Y una hermana pequeña. Creía que tener un hermano mayor era como tener el primo de Zumosol sólo que mucho mejor. Todo el día en casa sólo para mí. Y que con una hermana pequeña podría jugar a las muñecas y a las profesoras mandando yo todo el rato. Me gustaba mucho eso de llevar la voz cantante.

Quise, cómo no, tener mi propio amor de Verano (Azul). Mi propio Javi particular. No llegué nunca a eso porque la mayor parte de estíos de mi infancia sucedieron en mi barrio de los inviernos. Y allí no había nadie del que enamorarse en verano, todo el mundo se iba a la playa.

Me hubiera encantado ir a un concierto de Hombres G cuando era adolescente y no me dejaron. Después acabaron cayéndome mal, hasta que resucitaron al calor de la moda vintage y eso me hizo mirarles con ternura. La que da mirar hacia tus trece años con una mezcla entre vergüenza ajena y nostalgia.

Hubiera querido el desparpajo de una de esa chicas populares que hablaban mucho y no se cortaban por nada, que iban por la vida sin que nadie pareciera turbarles lo más mínimo, sin miedo, sin preguntas. Con el tiempo descubrí que todas ellas tuvieron un destino más bien poco afortunado, que jamás querría para mí.

Hubiera querido tener un primer amor verdadero para siempre jamás. Creía en los cuentos de hadas y por eso me di varios tortazos contra mí misma. Afortunadamente el tiempo te hace descubrir que los cuentos que no hablan de hadas, ni de príncipes, ni de reinos, son infinitamente mejores.

Quería con todas mis fuerzas conseguir un trabajo mientras estudiaba la carrera. Lo conseguí en cuarto curso, me pagaban una miseria y me levantaba a las 5:30. ¿Valió la pena? Decididamente no creo que tanto esfuerzo me sirviera para mucho más que para enseñarme lo sacrificada y perra que es la vida adulta. 

Quise vivir en Australia.

Recorrer el mundo en caravana.

Ganar el Premio Planeta a los veintipocos.

Ser bailarina.

Trabajar en la ONU.

Vivir junto al mar.

Algunas de estas cosas ya no podré tenerlas. Otras nunca se sabe. 

¿Te has parado a pensar en esas cosas que te hubiera gustado tener a ti?











jueves, 24 de septiembre de 2015

Las razones por las que quise tener hijos

La primera vez que sentí eso que yo pensé que era el instinto maternal tenía unos cinco años, y más o menos coincidió con la llegada de mi primer hermano a casa. De repente los bebés me parecían seres adorables y quería cuidarlos, besarlos y abrazarlos a todos y cada uno de ellos. Como era muy tímida, no me atrevía a hacerlo, ni siquiera les hacía carantoñas. Como al poco empecé a sentir celos de mi hermano, el instinto se me pasó rápido.

La primera razón por la que quise tener hijos era porque me parecían mucho más divertidos los bebés  de verdad que los nenucos.

Cuando tuve a mi segundo hermano ya tenia 9 años y medio. Este dato, unido al hecho de que siempre se me ha considerado "muy madura para mi edad", hacía que mi madre delegase en mí ciertas tareas de la crianza. Eran otros tiempos. El instinto afloró de nuevo. Me sentía tan mayor cuidando del renacuajo de mi hermano... Eso sí, en cuanto comprobé que todas las tardes de mi verano tenía que estar colgada del bebé, el instinto se largó con viento fresco.

La segunda razón por la que quise ser madre era porque comprobé lo bonito que es ser capaz de proteger a alguien.

El tiempo fue pasando y llegó mi adolescencia. De vez en cuando me quedaba al cuidado de mis dos fierecillas de hermanos. Sufrí mucho porque jamás me hacían caso en nada. Iban a su bola y yo tenía cero autoridad. Era como la delegada de clase que intenta que los niños se queden callados mientras la profe sale un momento del aula.

La tercera razón por la que deseé tener descendencia era para que alguien me hiciera caso de una vez. Inocente era un rato, pues con el tiempo descubriría el poco caso que pueden llegar a hacerte tus peques.

Después me fui de casa. Lejos. A estudiar la carrera. Fueron años locos donde las únicas veces que me imaginé siendo madre sentí escalofríos. ¿Quién piensa en todo eso mientras está estudiando en la Uni y disfrutando de su vida de estudiante en piso de estudiante con horarios y preocupaciones de estudiante? Pocos.

Tuve varios novios rana. Y unos cuantos ligues que no eran ya rana, sino asquerosos sapos con papada. 

La cuarta razón que me hizo plantearme la maternidad fue el hecho de creer que un hijo me querría por encima de todo, incondicionalmente, tal y como era yo, al menos hasta cumplir los 14 años.

Entonces llegó mi príncipe, que no era azul, pero que era majete, buena planta, educado y culto. Lo mejor de todo es que me dijo que me llamaría y lo hizo. Me dijo que me quería unos meses después y me quiso, aún me quiere, que yo sepa.

Yo no pensaba entonces más que en living the love, salir, viajar, y esas cosas de la juventud. 

Y entonces un día se nos ocurrió casarnos. Con bodorrio y todo, a lo grande. A lo loco, tras vivir en pecado un tiempo.

Y no sé si fue la influencia de las pelis de cine de barrio, el reloj biológico o que recibimos varias visitas seguidas de amigos con nenes muy pequeños, tan adorables como mis hermanos los de arriba.

La cuarta razón por la que quise ser mami fueron las ganas irrefrenables de achuchar a mi propio hijo, de comérmelo a besos, de cantarle nanas, de echarle colonia Denenes, de llevarle en brazos, de alimentarlo, de comprar toda esa ropa preciosa de los catálogos infantiles, de contarle cuentos, de que me contara cuentos, de enseñarle a ser persona, una buena persona, de hacerle reír, de escucharle, de crecer a su lado, de estar ahí siempre para poder darle la mano al caer.

A los trece meses de estos pensamientos nació mi primogénita.

Tenía delante de mí todas las razones, incluso las sinrazones, posibles.

Pero no fue suficiente. Quise más. Quisimos más. Quisimos repetir, aunque de una forma diferente. Le empecé, bueno más bien empezamos, a dar vueltas a una idea loca. Adoptar. 

La quinta razón por la que quise ser (de nuevo) madre fue porque creía que había demasiados niños desamparados en este mundo. Y yo sentía por dentro la necesidad de traerme uno para casa. Y convertirlo en mi hijo o mi hija. Nuestro hijo o hija. Su hermano o hermana. Darle mimos, achucharle, criarle, quererle, crecer con él o ella, hacerle fuerte, acompañarle en su vida, permitirle crecer en una familia que, supuestamente, no tenía. Bien por haberla perdido o por otros motivos. Crecer en familia, un derecho de todos los niños que desgraciadamente no todos ejercen.

Tras haber sido madre de estas dos maneras, he reflexionado mucho sobre el hecho maternal, sobre lo que significa la maternidad para mí. En este blog podrás leer mucho al respecto.

Y hay, por supuesto que las hay, muchas más razones, la mayoría de las cuales he ido averiguando a lo largo de los años. Como el disfrutar del milagro de la vida y de la maravillosa inocencia de la infancia, así como el poder hacer el tonto en público junto a tus hijos sin que nadie te tome por gilipollas. O te tome por gilipollas pero te importe un pepino. 

También, cómo no, está ahí ese motivo lugar común de pretender que los hijos vivan más felices de lo que fuimos nosotros. Y no me refiero por tener a su alcance más chuches o más cacharros. Sino por tener a su disposición muchas más posibilidades de las que tuvimos nosotros, y poder probar y elegir aquello que realmente les haga ser ellos mismos y sentirse en paz con el mundo.

Hay razones que aún no he descubierto y que sé, me esperan en algún cruce de este camino, de este difícil y arriesgado, a la vez que grandioso e inefable viaje. El más espectacular de mi vida.




martes, 22 de septiembre de 2015

No es tu culpa

"Cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie".

Concepción Arenal


No es tu culpa que el día haya amanecido gris y que sea un miércoles insulso de mierda.

Ni que la gente vaya nerviosa en la carretera y te adelanten por la derecha, sin mirar, pitándote sin parar.

Ni que te duela la cabeza por el cambio de tiempo, el hormonal o el de armario.

No es tu culpa, tampoco, que los niños te pusieran nerviosa esta mañana porque se tiraron la leche encima, y que no tuvieras más remedio que pegar unos cuantos gritos que escucharon los vecinos de enfrente, mientras salían a pasear al perro. No lo es que olvidaras, por todo ello, meterles el desayuno en la mochila y guardar en el bolso el cable de tu portátil. Ni que te echaran la bronca los de marketing porque el día anterior enviaste un mail sin el archivo adjunto que iba a ser usado a las 9:00 horas de Hong Kong para una presentación muy importante

No es tu culpa ni siquiera que casi atropellaras a ese señor que se ha lanzado al paso de cebra sin mirar. La gente es una inconsciente. Se creen que nunca les va a pasar nada.

No es tu culpa que tuvieras que aparcar tan cerca del coche de al lado, de manera que tu compañera de trabajo haya tenido que salir de su vehículo por la puerta del copiloto.

Ni que hayas pasado sin saludar por los pasillos. Ni que le hayas soltado un bufido al becario porque nunca se entera de nada.

¿Culpable por no haber llamado a tu madre para preguntarle qué tal el médico? Es que llegas agotada a casa y la memoria te falla.

¿Culpable por tomar pasta con queso en la comida? Es que hoy te sientes sin fuerzas.

¿Culpable por haber perdido el tiempo con facebook en horas de trabajo? Es que necesitabas evadirte un poco del estrés del día.

Y si llamas a tu suegra para que te recoja a los nenes del cole, es porque te pusieron una reunión a última hora.

Cuando por fin llegas a casa, decides que el día se ha acabado por hoy, que no piensas mover un dedo más, y que para cenar pedirás una pizza. No es tu culpa, querida mía, que la nevera sólo contenga un tomate seco, margarina, leche y un medio pimiento.

Mañana será otro día. No te tortures.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Cagarla o no cagarla con los hijos


No puedo más.

Lo confieso. Me siento abrumada por la enorme cantidad de información que existe ahora acerca de la maternidad y la paternidad.

Lo peor es que no sé cómo, siempre acabo leyendo esos artículos que pululan por la red del tipo: "lo que nunca debes decirle a tu hijo", "8 maneras de cagarla emocionalmente con tus hijos", "10 consejos para fomentar la autoestima de tu prole" o "el día que aprendí a respetar sus ritmos". Los leo y releo, pues casi siempre el concepto es el mismo, pero me quedo igual que estaba.

Desesperada, agobiada y sin respuestas sobre cómo afrontar mi propia maternidad y mis propios conflictos familiares. Como si cada cosa que hago sólo estuviera contribuyendo a una cagada monumental-maternal de libro.

Todo suena muy bien sobre el papel. Todo eso de tratarles como lo que son, no enfadarnos con ellos porque derraman la leche o se ponen perdidos de chocolate, dejar de gritarles porque se paran a mirar las hormigas mientras nosotros llegamos tarde al curro, prestarles atención de la buena, respetar sus opiniones y gustos, darles espacio, etc, etc.

Pero, a la hora de la verdad, la vida es mucho más que todo eso. El día a día está plagado de momentos críticos, instantes en los que toda calma puede convertirse en tormenta y dejarlo todo arrasado a su paso. Porque seamos francos, no todas las tensiones del hogar viene provocadas porque nuestros angelitos son angelitos y nosotros somos pobres ignorantes adultos sin compasión metidos en una burbuja de prisas, consumismo y estrés por llegar a todo.

En mi casa esto de las tormentas sucede fundamentalmente en dos situaciones: las interacciones entre las hermanas  y la hora de los deberes de la pequeña.

Teniendo en cuenta que esto sucede a diario...tiemblo de pensar en lo que se me vuelve a venir encima. Maldita rutina.

Se junta todo. El mal de genio de una y de otra, dependiendo del instante del día. Las susceptibilidades de ambas por aquello de "me ha empujado-rozado-pegado aposta". Los celos. El cansancio, el estrés por tener que hacer todo lo que hay que hacer antes de irse a la cama (pronto que al día siguiente hay que madrugar), el "quiero contar todo lo que me ha pasado hoy" y yo "quiero preguntarte un montón de por qués", todo al mismo tiempo.

Total que al final estamos siempre empantanados con alguna discusión que nos lleva a estar de mal rollo. Y esto no puede ser. Tiene que acabarse este ritmo porque si no, me acabaré yo misma, que me va a dar un jamacuco en medio de este descoloque de mes de septiembre. Porque menuda vuelta al cole que llevamos. Entre colegio de primaria sin clases por la tarde por un lado e inicio de instituto (situado en otro barrio, no digo más) por otro, cada noche siento como si me hubieran sacudido por la ventana cual alfombra. Y eso que aún no hemos entrado de lleno en el curso.

Lo que peor llevo, y ya no sé qué más trucos inventar ni qué nueva teoría maternal probar para mejorarlo, es lo del mal genio .

¿Qué más puedo hacer? Aparte del diálogo, del predicar con el ejemplo y de premiar su buen comportamiento, sin castigar el malo (a no ser que la cosa se vaya de madre) no me quedan muchas más opciones. ¿O sí?

Si alguien en la sala ha escrito o leído algún método nuevo que me pueda servir para gestionar la ira infantil, que me lo diga por favor. He intentado usar la peli de Inside Out como guía y, de nuevo, ha sido en balde.

¿Soy yo la única que se siente un poco perdida en este mar de información?


lunes, 7 de septiembre de 2015

Diviértete, diviérteles


Levanta el ánimo, sonríe, ríe a carcajadas.

Hoy puede ser un GRAN día.

Dilo en Twitter, pregónalo en Facebook. Sube tu mejor cara a Instragram.

No te quejes.

Escribe posts divertidos, ya sean personales o de la empresa a la que gestionas las redes sociales.

La gente quiere divertirse. No sólo las chicas de Cindy Lauper.

El mundo es una gran feria donde se busca la felicidad a través de la risa y la despreocupación.

Si no ríes, si no haces reír, estás muerto socialmente.

Bueno, puedes tener un mal día, como cualquiera, pero ni se te ocurra ser aburrido, ni se te ocurra no ser "guay".

Qué diría ahora Neil Postman si volviera a escribir su mítico libro "Divertirse hasta morir". Si la televisión cambió por completo la forma de entender el mundo y lo volvió todo banal, irrelevante e incoherente, como él predicaba, ¿qué podemos decir de las redes sociales? ¿En qué han transformado el mundo más allá de aquellas famosas primaveras?

Si existe un día de la felicidad, ¿por qué no existe una día de la tristeza? ¿qué hay de un día del aburrimiento? No lo digas ni en broma.

Está muy bien reír y estar contento. Mueve no sé cuantos músculos de la cara y se activan cosas en el organismo que revierten en una mejor salud. Claro que sí.

Sin embargo, ¿todo el día? ¿a todas horas? No es normal, no es natural, no debe ser ni sano.

Seamos, ante todo, lo que nos apetezca y lo que sintamos por dentro. No sé si nosotros mismos. Ser uno mismo está sobrevalorado.

Seamos sin más.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Los otros niños que podrían ser tuyos


A veces creo que me va a estallar la cabeza en este mundo loco. A veces va y me estalla, sin hacer ruido, sin producir manchas ni nada, en ese otro mundo de la metáfora en el que me gusta pasearme.

Noticias de gente que roba. Noticias de gente que mata. Noticias de gente que hace el idiota. Noticias de injusticias. Noticias de gente que muere.

Noticias de gente que huye. De niños que huyen. De gente que muere. De niños que mueren.

Y de pronto una foto. Y como si esa foto fuera una bomba que nos estalla a todos en los ojos de golpe y nos moviliza los dedos sobre los millones de teclados del mundo, todos (los que tenemos teclados, los que tenemos mundo) nos lanzamos a decir cosas por ahí. Millones de gigabytes de información corretean por los cables y las ondas inundando nuestros muros de culpa, de rabia, de indignación, de lucha, de compasión, de tristeza, de ira. Unos se arrojan contra los otros: los gobiernos, el sistema, los ricos, los vecinos que sacan la basura a deshora. Todos los que parecen no levantarse a gritar por las ventanas que este planeta está enfermo, que todo esto es una vergüenza, que basta ya vivir nuestra vida de yupilandia y que dejemos de quejarnos de una puñetera vez de nuestras gilipolleces.

"Es que ese niño podría ser el tuyo"

No me sentí identificada con la foto porque soy madre de dos niñas. Obviamente sí empaticé con el padre y se me cayó el alma de los ojos, como a media humanidad.

En cambio, cuando veo a esos otros bebés africanos, que cruzan las aguas a veces solos, porque sus madres o padres han muerto en el viaje o directamente les han enviado sólos con un conocido, sí que siento "podría ser mi hija".

Pero no. Este escrito no va de eso. Yo no soy mejor que tú porque no me olvide de los otros refugiados o de los que son inmigrantes. Los que vienen de África y se parecen menos a nosotros, los blancos. Ni peor porque el niño en la playa no me recuerde a mis hijas. Si hubiera sido una niña de 11 años blanca o una nena negra de 6 estoy segura de que me hubiera pasado.

Esto va de otra cosa.

"Es que estos son como nosotros y viven aquí al lado"

Siria (según Wikipedia) posee una población de 20 millones de habitantes, la mayoría de los cuales hablan árabe. Además, la mayoría de la población profesa el islam, siendo el sunismo el grupo musulmán mayoritario. Entre los musulmanes no sunnitas en Siria están los drusosalawitas y chiitas. Hay en Siria minorías de las etnias asiriaarmeniaturca y kurda junto a miles de refugiados palestinos.

No, no se parecen tanto a nosotros. ¿Y qué si no se parecen? ¿Vamos a ayudarles más si se parecen o darles de lado si no se parecen o vienen de, pongamos, China?

Es terriblemente triste que haya sido una foto la que nos haya hecho mover las tripas. No por la foto, claro está. 

Pero lo más descorazonador de todo no es eso. Es el pensar que esto seguirá ocurriendo, que sigue ocurriendo, que cada minuto no sé cuantos miles de personas empiezan a huir de su vida en busca de otra mejor.
Y que la Tierra, ese planeta Madre que nos presta su espacio temporalmente, se encuentre dividida por culpa de los humanos en cientos de territorios con sus fronteras y sus muros. Sería ingobernable si no. Qué hubiera sido de nosotros si los antiguos no hubieran ido invadiendo terrenos y poniéndole nombres y fronteras, sin los romanos, sin los vikingos, los bárbaros, los reyes y emperadores de antaño, sin los descubridores de América, sin los exploradores de África. Toda esa gente que contribuyó a hacer de este pobre mundo lo que es hoy. Un mundo civilizado, tremendamente avanzado e hiperconectado, capaz de visitar el espacio  y de volar por los cielos por menos de lo que cuesta dar de comer a una familia de cuatro en McDonalds.


Lo dicho, a veces la cabeza me estalla y escribo cosas.



martes, 1 de septiembre de 2015

Soy una Madre, y punto.


Hace unas horas, mientras comía, me llegó una supuesta declaración de Sandra Bullock acerca de su maternidad a través de Facebook, ese inmenso país de más de 1.600 millones de almas.

Ella dice algo así como que está cansada de escuchar que su hijo, al que adoptó hace unos cinco años, no es su hijo por no ser de su sangre y también está harta de que la llamen siempre madre adoptiva.

Sé que el escrito de Sandra Bullock iba dirigido a conseguir otro fin distinto que el de abrir los ojos a la gente, y a conseguir firmas para que dejen de ponernos la etiqueta a las familias que nos hemos formado mediante la adopción. Iba destinado a sensibilizar sobre la adopción de perros, loable fin igualmente, aunque a mí no es lo que más me ha impactado de sus palabras.

"I'm a Mother. I need no other label or prefix".
(Soy una Madre. No necesito ninguna otra etiqueta o prefijo)

Yo también estoy cansada, hasta el infinito y más allá, de esa etiqueta. De ser para muchos una madre adoptiva. De ser una madre adoptiva que, además, es madre biológica.

Esa continua distinción que hacen los medios de comunicación. Lee si no cualquier artículo de la familia Pitt-Jolie y verás que siempre remarcan el hecho de que algunos de sus hijos son biológicos y otros adoptivos. Y no sólo los medios, sino también la gente de tu alrededor. Puede que muchas veces lo hagan en voz baja, aunque otras no tienen ningún pudor en comentarlo de viva voz. Muchas veces por desconocimento y otras por falta de sensibilidad.

"Ella tiene además otra hija suya", dijo el otro día sobre mí una persona de mi entorno. Quise decirle algo, pero me contuve. Lo dicho, estoy cansada y además, estoy en una etapa de mi vida en la que quiero "dejar ir" las cosas. Relativizarlas para que no me duelan. Tampoco es tan importante corregir a esa persona, que además es extranjera y puede que ni siquiera sepa expresarse bien en mi idioma. Respira. Hondo. Venga va, déjalo estar.

Estaba sola, sin mi hija delante, porque claro, de no haber sido así, no hubiera podido dejar pasar estas cosas, porque a la que le duelen es a ella. Y además, ella no tiene la capacidad de un adulto para comprender estos matices del habla. Ni para gestionar las emociones que le provocan.

Las palabras pueden parecer inofensivas cuando en realidad son bombas de relojería que pueden hacer más daño que pegarse con el pico de un mueble en la espinilla. Mucho, mucho más.

¿Cómo crees que puede sentirse mi hija pequeña cuando escucha cada poco frases de este tipo? Porque no sólo escucha lo que me dicen a mí o lo que yo digo cuando está delante. Escucha lo que dicen los vecinos en la piscina, los niños del parque, los padres del cole, los compañeros de clase, los profesores, los abuelos, los primos lejanos y una señora que pasea por la playa y le toca el pelo porque le encantan los rizos afro. Sin contar lo que sueltan en la tele, en las películas, anuncios, etc. Porque leer revistas o internet todavía no. Ya llegará.

Los niños como ella tienden a compararse de forma constante con sus hermanos biológicos, y sienten, en ocasiones, que no forman parte realmente de la familia porque en realidad tienen otra en algún lugar lejano, Y porque no comparten rasgos físicos contigo. Lo sienten y no lo dicen, al menos no a menudo. Lo demuestran en la forma de comportarse, en lo que dicen, en lo que callan.

"¿Por qué a ella la dejas hacer eso y a mí no? ¿Yo también estoy guapa? ¿Y yo, qué? ¿Y yo qué? ¿Y yo qué? Preguntas diarias que suceden cuando cometes el "error" de permitir que su hermana sea la primera en algo. En recibir un piropo, en servirle primero la comida, en pintarle las uñas. Cosas aparentemente sin importancia que para ella son un mundo. La comparación constante, el sentirse de menos. Por más que la alabemos, la abracemos, la besemos, le regalemos cosas, la dejemos tomar chicle, le leamos cuentos, le prestemos atención, le digamos que la queremos y la cuidemos de la forma que ella necesita. Que no es la misma que necesita su hermana y por eso no lo hacemos igual. Nunca una más que otra. Sólo distinto. Posiblemente lo estemos haciendo mal, como suele pasar en la maternidad-paternidad. Ahora bien, de nada ayuda que el ambiente se empeñe en ponernos zancadillas. Y mucho menos, etiquetas.