martes, 28 de julio de 2015

Trucos para combatir el estrés y vivir más a gusto que un arbusto


Vaya por delante que este post me lo estoy diciendo a mí misma en voz alta. Se trata de un post de auto-ayuda en el más puro sentido del término. Porque no voy a engañarme ni a engañarte: el estrés es mi asignatura pendiente, mi talón de Aquiles, mi piedra en el zapato y mi muro particular.

 Ah, ¿qué el tuyo también? Pues vamos a allá.

1/ Imagina que estás delante de la pantalla de tu ordenador y que empiezan a entrar mensajes de email, todos urgentes, todos para ayer, algunos con reprimendas incluidas, otros más largos que un día haciendo dieta...A la vez el whatsapp echa humo y el chat corporativo levanta ventanas en tu pantalla como setas...¿Qué haces?



Tienes dos opciones:

A/ Tomártelo todo a la tremenda, despotricar por lo bajini mientras tus compañeros de oficina te miran por el rabillo de ojo, empezar a responder a los mails con un previo "te vas a cagar...", ignorar los mensajes de chat y apagar el teléfono. Resultado: el cortisol, esa cosa fea que nos sube cuando estamos a punto de estallar, se apodera de nuestras arterias y nos sentimos con ganas de gritar a todo quisqui, por gatito mono de facebook que sea.


B/ Pasar de todo, en plan como si fueras una celebrity (borde) y se acercara a ti un pringado como tú o yo a pedirte un autógrafo. Primero te levantas del asiento, y te das un paseo largo, a ser posible al aire libre. Vete a fumar aunque no fumes. No, no te digo que te enciendas uno, sólo que hagas lo que hacen los que fuman, salir a la calle. Luego te pillas algo de la máquina: un café de esos con cucarachas (parece que no pero quitan el sueño, no sé si por la cafeína o por los inquilinos), un té aguado, una coca cola, una bolsa de guarrerías, un bollo repleto de grasas trans, cuantas más, mejor.

Para los lectores sanos (alguno habrá), les recomiendo unas cuantas vueltas a la manzana, unos estiramientos en la sala de reuniones, si no tienes gimnasio, y unas respiraciones de esas de pilates, que te dejan como nuevo.

Mientras vuelves a tu sitio, sonríe, sonríe mucho, de forma que los que te vean por el camino crean que te has vuelto un poco majareta.

Cuando llegues a tu asiento, sales del gestor de correo y sigues trabajando con tus cosas, que seguro que tienes algo más que hacer que atender el correo, ¿recuerdas? De paso el chat corporativo, asociado al mail, también se cierra. Silencias el whatsapp. Te pones unos cascos y te conectas a una emisora de radio, Spotify o, en su defecto, música que tengas en tu disco duro o tu móvil.

Qué gusto ¿eh?


Para casos extremos de querer tirarse por la ventana o insultar al jefe y/o compañeros por email (jamás lo hagas, relee siempre los mails antes de enviar), lo mejor es irse a casa. Dolor de cabeza extremo, lumbago, malestar general... todo vale con tal de no suicidarte profesionalmente o que te dé un verdadero parraque.

Al día siguiente, con calma, vas leyendo los correos, primero los cortos (benditos mails cortos) y dejas para el final las biblias, las cuales deberían prohibirse por ley. Sólo la primera hora desde que llegas. Después vuelves a desconectar el correo para volver a ello a la hora de comer y a última hora de la tarde. No more.

2/ Vas en el coche, sin niños, sola o solo con tu musiquita. De repente un atasco. No llegas ni de broma a esa reunión con el cliente. Respira. Respira otra vez. Suelta algún taco si quieres, que no hay niños, pero sólo uno, no te acostumbres. Llamas al cliente, con el manos libres, para avisar. Y te relajas. Disfruta de la música o del programa que te gusta. Observa a los demás conductores e intenta imaginarte sus vidas. Ponles motes. Aprovecha para hacer esas llamadas pendientes, siempre que estés parado y usando el manos libres, of course, no voy yo a hora a recomendar cosas ilegales o peligrosas. Soy una mujer de bien. 

                     

Repasa mentalmente la lista de la compra que harás por la tarde. Haz planes para el finde. Imagina lo que le hubieras dicho a la mala pécora de la vecina cuando te pregunto si volvías a estar embarazada (cuando en ese momento tenías la regla). O, en caso de que seas hombre, vete maquinando respuestas ingeniosas para cuando tu cuñado te diga la típica bromita dominguera.  Menos maquillarte o peinarte, haz cualquier cosa, sobre todo si eres tío. La raya del ojo sólo le queda bien a Floki, el de los Vikings, y porque es eso un viking y su papel en la serie es dar miedo.



2.1/Vas en el coche y no te encuentras un atasco, sino un montón de gilipollas que te pitan porque tú vas a 90 en una carretera de 70 y ellos quieren ir a 120. O te adelantan por la derecha. O salen de una rotonda desde el centro y sin avisar. Ese tipo de cosas tan chulas. Mi primera reacción es llamarles de todo. Aunque sé que es mucho mejor pensar: "¿de qué me sirve gritar aparte de para que me suba el cortisol otra vez?. Alguien me contó que existía una clase de personas de una cultura lejana (por no meter la pata no nombraré ninguna) que nunca se estresan conduciendo. Como saben que no pueden hacer nada por cambiar la conducta del incívico, simplemente se relajan y sonríen. ¿Imposible? inténtalo.

3/Estás en casa. Por fin. Entras y saludas a tu pareja, si la tienes. A tus hijos, si los tienes. Si no tienes ninguna de las dos cosas sáltate este punto.

Y tras el besito de hola ¿qué tal? tus hijas empiezan una discusión porque la una le ha dado a la otra un manotazo sin querer, o le ha cogido el lápiz sin permiso, o quiere ver otro canal, o la otra la ha llamado tonta, o es que papá le ha dicho que lo ha hecho muy bien y a mí no. Mientras tratas de acordar con tu marido cuál es la cena sana más rápida que se puede hacer con los ingredientes que hay en casa y que tienen un sabor y color pasables. A ser posible que a las niñas les guste. Preferiblemente que no coincida con lo que ellas comieron en el cole o lo que cenamos la noche anterior. Esta conversación se mantiene andando de una habitación a otra, viendo como cada armario está abierto (como siempre), las luces se mantienen encendidas en cada habitación sin nadie dentro (habitual) y hay miles de cositas extrañas desperdigadas por el suelo, conviviendo en armonía con las pelusas gigantes de Madrid. El perro, al fondo, ladra como loco.

En ese momento lo mejor en hacerse la mochila y salir huyendo. 


No muy lejos claro, no estoy invitando a nadie a abandonar a su familia ni mucho menos (sólo un ratito). Huyendo de camino a la piscina (me lo ha mandado el médico), al gimnasio (necesito hacer ejercicio), a clases de corte y confección (así ahorramos en ropa), a correr (me viene bien para relajar), al bar a tomar cañas (necesito relacionarme)... Busca tu excusa y sal. Vete. Desaparece. Evidentemente os tenéis que turnar en el noble oficio del escaqueo. Una tú y otra yo. Y por supuesto esto no va a ser así cada día, no se trata de hacer apología de la soltería, porque como estarás más relajada/o habrá días en que la armonía invadirá tu hogar, y todos juntos haréis cosas divertidas, como salir a dar un paseo y coger flores silvestres o piedras del camino, jugar a hacer el cabra, leer cuentos, ver películas y por supuesto charlar. Eso es fundamental en cualquier casa. 

4/Estás en la cama. Tienes un sueño de muerte pero nada, que no te duermes. Das una vuelta y otra. Te levantas al baño. Bebes agua. Te acuestas. Enciendes el iPad y miras el periódico que leíste hace media hora, por si ha pasado algo urgente, eso que ponen arriba con un botón rojo que parece que algo va a estallar aunque la mayoría de veces son estupideces. Te vas a Twitter y lees todas las tonterías que todos los tontos del mundo publicamos ahí. Vas a Facebook y haces otro tanto. Escribes tu estado: "Tengo insomnio". Alguien te contesta: "bienvenido al club". Tu cabeza va a mil por hora: se me ha olvidado contestar el mail a fulanito, mañana acabaré el informe que me pidió menganito, tengo que pedir tutoría en el cole para la pequeña, que no se me olvide que el jueves tengo dentista con la mayor. Ostras!! La ropa, se me ha olvidado tenderla. Te levantas y la tiendes. No, es broma. No te levantas. Pero piensas todo el rato: "me tengo que levantar, me tengo que levantar". Un mosquito. ¿qué hora será? seguro que las 2 de la mañana, me quedan 5 horas de sueño. No era un mosquito. ¡Son dos! Una niña se levanta y te dice: "he tenido una pesadilla".

Solución: darte a las drogas. 

No, en serio, para esto aún no he encontrado nada que me funcione, aparte de un lumbago que me llevó a tomar Diazepam bajo prescripción médica. 

Creo firmemente que si se practican las cosas que menciono en los puntos anteriores, el cuarto está chupado. Duermes como un bendito, porque:

> Las cosas del trabajo no te van a afectar. Cada vez que algo te altere, tú abstráete y piensa que nada tiene tanta importancia (¿acaso te acuerdas por qué estabas estresado en el trabajo hace un año?).

> Lo que pasa en la carretera con el resto de conductores es incontrolable, ¿para qué sufrir?

> La rutina diaria se lleva mejor con un poco de tiempo para uno mismo y si es haciendo deporte, mucho mejor. Vale, lo de las cañas también mola.

No he descubierto América (ni Colón tampoco), lo sé, pero estas cosas que parecen de perogrullo ayudan de verdad de la buena.

Te lo dice una que las ha vivido todas y cada una. Me lo digo a mí misma para ver si me acuerdo de ello cada día.

¿Qué trucos tienes tú para vencer al estrés?








jueves, 23 de julio de 2015

Miradas

Me ha mirado, estoy segura. Y no ha sido casualidad, sino a propósito. No han sido más de tres o cuatro segundos. Lo suficiente para que me haya percatado de ello. Por el rabillo del ojo le observaba, mientras intentaba continuar con El halcón maltés. Este Spade no me da buen espina, por cierto.

Ayer no me miró ni siquiera por equivocación. De esto que no quieres encontrarte con los ojos de alguien, pero a la vez se te va la vista hacia esa persona. ¿No te pasa? Como cuando de repente te encuentras mirando cosas que no debes, como el paquete, por ejemplo, de un tipo cualquiera.

En esta semana me ha mirado tres veces, una más que la semana anterior, y todavía queda el viernes. Así que estoy contenta. Aún tengo otra oportunidad. Y después ya hasta el lunes nada. Odio los fines de semana. Me suponen casi tres días sin verle y eso, a día de hoy, me cuesta muchísimo aguantarlo.

Ostras, me acaba de mirar otra vez. No puede ser. ¿Dos veces en el mismo día? Me va a dar algo.
                    
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¡No me mires! Deja de hacerlo por favor. No soporto que lo hagas, sobre todo porque nunca me miras a los ojos. Para eso prefiero que mires a la pared. ¿Es que nunca te han explicado que no se debe mirar ahí a una chica? Y menos aún si eres mi jefe. Si yo pudiera decir todo esto en voz alta...pero no puedo. Necesito este trabajo.

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Se ha dado cuenta de que la he mirado. Mierda. Sé que la conozco de algo, ¿de qué? Empiezo a preocuparme. Últimamente me paso tres pueblos con las copas y tengo lagunas mentales. ¿Ibamos a la misma clase? ¿Éramos vecinos en la playa? No me la habré tirado, ¿verdad? No es para nada mi tipo. Parece una monja con ese vestido por la rodilla.

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"No pienso dejar de mirarte, cabrón". Podemos estar así todo el día, me da igual. Él mirandome a mí y yo a él, sin mover un músculo de la cara "¿Crees que te tengo miedo? Todo el mundo te tiene miedo aquí menos yo". Pensaba que nadie se enfrentaría a él...hasta que llegué yo. "Soy lo mejor que ha podido pasarte, aunque no lo creas".

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-Mírate al espejo. ¿Es que no te ves? 

-Odio los espejos, no me gusto.

-Pero, ¿qué dices? Como no vas a gustarte. Le gustas a todo el mundo menos a ti. ¿Te das cuenta de lo absurdo que es eso?

-No digas gilipolleces. No le gusto a nadie.

-Mírate, en serio, mírate. Es el primer paso para aprender a quererte.

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Hay miradas que matan o que traspasan. Hay miradas furtivas, gélidas y cálidas, descaradas y tímidas, nítidas y oscuras, de soslayo, de asco y de poker. Hay miradas que hablan, que valen más que mil palabras. Miradas veladas y francas. Embelasadas, profundas, falsas. Que no ven y que ven más allá. 

Hay miradas que lo dicen todo.

Hay miradas que no dicen nada.




lunes, 20 de julio de 2015

Mamá, ¿qué son las drogas?


Si vienes aquí buscando sabios consejos sobre cómo evitar que tus hijos se droguen, beban o fumen como cosacos, estás de suerte. Quiero decir de mala suerte. Porque yo no te los voy a dar. No porque no quiera. Sino porque a día de hoy, soy yo la que los necesito y no la que los tiene.

Sabrás, si me lees de vez en cuando, que tengo una hija pre-adolescente. Y otra que, si bien sigue siendo muy pequeña, es un poco locatis. Ambas cosas me hacen tener pesadillas sobre futuros peligros en forma de pastillas de nombres imposibles, borracheras que se van de madre, olor a maría en la ropa y cosas mucho peores que ni me atrevo a enumerar.

Hasta ahora, todos mis recursos para evitar que cualquiera de estas pesadillas se convierta en realidad se resumen en dos puntos:

1/ Mi hija mayor es muy responsable y no creo que ella caiga nunca jamás.
2/ Mi hija pequeña es muy pequeña.

Mientras lo escribo, yo misma me doy cuenta de lo estúpido que suena.

Espera un momento... que me voy a hablar del tema con las dos y ahora vuelvo.

"Mamá, ¿y por qué si la droga es tan mala hay gente que la vende?", dice la mayor después de afirmar: " no necesito ninguna charla sobre drogas porque sé que nunca jamás en mi vida las voy a probar". 

¿Qué os dije? ;-)

Entonces le cuento a la mayor, mientras la peque escucha detrás de la puerta del baño, como quien no quiere la cosa, que las drogas tienen dos cosas que las caracterizan por encima de todo:

1/ Enganchan, "¿enganchan?", sí, eso quiere decir que llega un momento en que necesitas tomar de esa droga para seguir viviendo. "Entonces, si no las tomas, ¿te mueres?", bueno, no exactamente, te mueres antes si las sigues tomando, pero la persona que se está drogando cree que si no las toma se muere, siente como si se muere, es una necesidad muy fuerte, y es capaz de hacer muchas cosas malas para conseguir su dosis diaria. Más si se trata de drogas duras, como la cocaína, por ejemplo, menos si se trata de drogas blandas como el tabaco, que mata más lentamente o el alcohol. Éste último además, si te emborrachas, te hace vomitar o hacer muchas idioteces, y al día siguiente te sientes horrible por la resaca.

"Mamá, no lo entiendo, ¿por qué si son tan malas la gente las prueba?"

Precisamente esto enlaza con la segunda característica:

2/ Producen sensaciones agradables, aunque falsas, que a la gente le gustan. Te hacen sentir más alegre, más fuerte, más poderoso, más atractivo, más simpático, más cualquir cosa. Otras te hacen sentir cosas extrañas, como vivir dentro de una película de ciencia ficción, o como que puedes volar y cosas así. El tabaco, por ejemplo, que no es una droga dura, te hace sentir mayor cuando eres un niño. Una cosa bastante estupida por otra parte. 

"¿Y no se puede probar una vez y después nunca más?" Aquí trago saliva a la vez que mastico las palabras que salían de mi cerebro y que al final, se quedan sin salir de la boca: "nooooooooooo, no se puede bajo ningún concepto, está prohibido terminantemente, si las pruebas se te saldrán los ojos de las órbitas y se te pondrá el pelo verde vómito". En lugar de eso digo lo siguiente:

Se puede, pero es mejor no tentar a la suerte, si te gusta mucho y repites corres el riesgo de volverte adicto y eso es lo peor que puede pasarte porque dejas de ser tú y te conviertes en otra cosa. Ya no puedes hacer todo aquello que te gusta hacer porque toda tu vida es la droga, y empiezas a volverte tarumba, la cabeza no te funciona bien y el resto del cuerpo también se ve afectado. Eres capaz de robar, engañar, matar incluso.

La otra sale del baño en ese momento y pregunta, "¿pero mamá, qué es las drogas?". Las drogas son muy malas hija, como el tabaco. "No voy a fumar nunca". "Mamá, no bebas más vino, que también es drogas que te he oído". Lo que bebo es cerveza en realidad. Y el alcohol, si es a poquitas dosis, y lo tomas cuando ya eres mayor, no es malo, al menos el vino y la cerveza, o al menos no tan malo como el resto de drogas, que no habría que probar nunca, porque todo lo que puedes perder si te enganchas no compensa nunca lo que puedas ganar. 

Lo siento, he tenido que dejar para otro día los valores terapéuticos de la marihuana. Creo que con la información que ya tienen en sus cabecitas es suficiente por hoy.

Sin proponerlo, al final he tenido mi primera charla seria sobre drogas y espero que no sea la última. Es lo que más pánico me da de todo lo que se me avecina. Y la mejor forma de vencer el miedo es mirándole de cara.

viernes, 17 de julio de 2015

Agobio aquí, agobio allá


Primero me agobio porque tengo que ir al cole y tengo que hacer deberes. Y porque mi madre me regaña continuamente por esto o aquello. Y mi padre, justo en esos momentos en los que tiene su cara más seria, me tiene que dar permiso para ir a aquel sitio o a éste.

Después me agobio porque estoy muy delgada y no tengo tetas, ni culo, ni caderas. Mis amigas empiezan a llevar vaqueros y sujetador, y ropa chula mientras yo aún tengo que ponerme, a la fuerza, esos odiosos vestidos de lazo. Lo que son las cosas, ¿verdad? Si hubiera sabido lo que estaba por venir...

Luego me agobio porque llego al instituto, tras 10 años en un colegio de monjas, donde empiezo a convivir con chicos que no son mis hermanos. Que son guapos o feos, bordes o pesados. Pero eso da igual. Lo que importa es gustarles, caerles bien, ser popular. Y me salen los granos, y tengo que estudiar un huevo, y que si este chaval me mira y el otro no. Y que si salgo con uno, me enamoro como una pava y me deja tirada. Y soy popular, desde el lado que no quiero. Soy la empollona.

Tengo que elegir carrera, mi futuro está en juego. Quiero ser periodista pero en Murcia no se puede estudiar esto. De repente mi padre me hace el mejor regalo de mi vida cuando decide pagarme los estudios en Madrid. Pero claro, hay que hacer la selectividad. Y más agobio. ¿Aprobaré? ¿Me dará la nota? ¿Me aceptarán en la Universidad de Madrid? Apruebo, me da la nota, me aceptan. Y Madrid me apetece mucho y a la vez me da miedo, mucho también. Un temor que dura unos meses, para pasar a convertirse en pasión.

Entonces me agobio por no querer irme una vez termine la carrera. Ponte a buscar trabajo, trabaja por dos duros y aguanta lo que te echen. Y entre tanto, más amoríos y desamores. Que si no llego a fin de mes y no quiero pedirle más dinero a papá. Estábamos en crisis. La del 93. Me río yo ahora de aquella crisis. Y un poco más tarde, tras varios amores fallidos, llega la ansiedad por encontrar el amor verdadero, que parece no querer pararse en mi puerta. Y luego el agobio de no querer perderlo. Para seguir con el de "tengo que comprar una casa" porque los precios nunca bajarán.


Se me ocurre entonces decir que sí a una propuesta de matrimonio, de esas románticas con anillo y todo. Una vez casada ante Dios y ante los hombres, me meto a reformar la casa hipotecada a 25 años. Debo conseguir, a la vez, mejorar en el trabajo o, al menos, no perder el que tengo, no salir de la rueda, no quedarme en el paro. Por más que el destino, el azar o todo a la vez se empeñen en lo contrario. Finalmente salgo airosa y el paro me roza mientras decide pasar de largo.

Me quedo embarazada. ¿Será buen momento? ¿Seré buena madre? ¿Cómo se es madre? Ay, qué agobio. Y a qué guardería la llevo y cuántas horas y cómo lo compagino con todo lo demás. Reduzco mi jornada laboral porque me "ofrecen" una bajada de puesto. Se ve que la maternidad te vuelve medio idiota para según qué jefes. Me putean un poco mientras clamo que no podrán conmigo cual mujer coraje. Al final sobrevivo, como la Gaynor, corriendo a todas partes, aunque para mi cuerpo se quedan las lágrimas tragadas en aquellos días, al sentirme más sola que la una en aquella oficina llena de gente demasiado joven y con cero empatía para entender la maternidad. ¿Concilia qué?

Tengo que buscar cole y me recorro medio Madrid en busca del mejor. Al final todo era más fácil de lo que pensaba. El del del barrio era la opción más adecuada, a falta de posibles para acceder a los top 10, que por supuesto visité uno a uno.

Quiero tener otro hijo...quiero adoptar...decido adoptar y complicar un poco más las cosas de lo que ya estaban de por sí. Ahora el agobio es la espera y la incertidumbre...que finalmente llegan a su fin.

Después aparecen en escena los malabarismos de tener dos hijas, un marido, un trabajo nuevo, una casa hipotecada y un perro. Los viajes de trabajo, la crisis que nos da de lleno. El no llegar, el no saber cada mes de dónde saldrá la pasta para pagar al banco, al cole, a las compañías de suministros, a las petroleras. Vendemos un coche por dos duros para pagar un mes de hipoteca. Así de chungo fue todo. Y, cual aves fénix, resurgimos de nuevo.


A trancas y barrancas lidiamos con la mala vida del autónomo, la de mi partneire, que se reinventa y se multiplica a sí mismo para conseguir ingresos regulares cada mes. Rezando porque no nos llegue un día un ERE, en este caso a mi persona, y nos dé una paliza que nos deje tiesos. Por los pelos y sin saberlo escapo de uno, al cambiar a mi puesto actual. A veces creo en cosas. No sé si en dioses.

Me despierto una mañana de octubre y tengo 40 aunque el número se me atraganta con el café. Sigo creyendo que tengo 30, 31 a lo sumo. Mi cara y mi cuerpo no están de acuerdo con esto. Y así sigo, peleando con ellos desde entonces, a ver quien gana la partida. Me debato entre comprarme todas las cremas de la farmacia o dejarme las canas y tirar el peso por la ventana.



 ¿Para cúando esa fase que dicen de paz interior en la que no necesitas la aprobación de nadie, sabes decir que no bien alto y te la trae al pairo cualquier intento de parecer más joven, delgada o simpática? Que no digo yo que quiera convertirme en una loca que va por la vida hecha unos zorros y gruñendo a la gente. Eso no. Sólo pido algo intermedio. Algo que me quite al menos un 30% del agobio que arrastro en la mochila. ¿Un 20% dices? Venga, te lo compro.