viernes, 29 de mayo de 2015

Maneras de sobrevivir a una conference call



Si te has leído mi post de "un miércoles cualquiera..." aparte de caerme fenomenal (gracias) sabrás que me paso media vida enganchada al teléfono. La gran mayoría de las veces en lo que se llaman conference calls que son básicamente reuniones en remoto, donde puede haber desde tres personas a decenas de ellas. Normalmente, y gracias a los dioses, se acompañan de una conexion webex, que permite ver el ordenador de las personas que presentan cosas allí, con sus power points y sus excels y toda esa clase de historias que hacemos los que trabajamos en oficinas.

Una vez dicho esto, os voy a contar un secreto. Las conference call son insoportables. ¿Todas? No, alguna se salva. No me viene ahora nada por "interesante" o "divertida", pero estoy segura de que las hay.

Recuerdo la primera que tuve, que fue en realidad para una entrevista de trabajo para este puesto que ahora tengo. En realidad no hacía falta usar los dial-in numbers, que son los números que debes marcar dependiendo del país en que te encuentres. Eramos sólo dos personas, una llamada normal hubiera bastado, aunque yo entonces no lo sabía, como tampoco sabía qué puñetas tenía que hacer con eso. ¿Me iban a llamar? ¿Llamaba yo? ¿Usaba el teléfono de Francia o el de España?  Para mí era todo como si estuviera leyendo árabe. No sabía qué había que hacer y lo peor es que me daba una vergüenza terrible preguntar. Al final me decidí por hacerme la tonta y preguntar si no necesitaban el número de mi sala de reuniones. Y ahí me explicaron lo que tenía que hacer, aunque ya me habían visto el plumero. Mi pregunta me dejaba al descubierto. No tenía ni idea de lo que era una conference call. Empezábamos mal.

La segunda vez que tuve una de estas fue nada más decirle a mi actual jefe que aceptaba la oferta de empleo. Ah, estupendo, me dijo, pues estaría bien que te unieses a la reunión por teléfono ahora mismo y te presentaras al equipo. ¿Cómo? ¡¿Y qué carajo digo?! Nada más marcar te aparece una amable señorita que dice algo así: "welcome to the conferencing center, at any time during this message, please enter your passcode follow by the pound sign..." O algo parecido. Como te puedes imaginar, el primer día no escuché esto, no entendí el final, no sabía que narices era la pound sign y tardé bastante en conectarme. Tampoco entendía la frase que dice la simpática señorita enlatada cuando consigues marcar todas las teclas correctamente:"your passcode has been confirmed". Entendía de todo menos eso. Pero por el contexto, y porque a continuación sonaba un pitido y alguien decía "hello, who is joining?", comprendía que lo había hecho bien.

A día de hoy soy una especie de master and commander de las conference call. Tengo al menos una al día, estando mi record en cinco en una única jornada. Por eso mi posesión más preciada en el curro son mis auriculares con pinganillo.

El caso es que en este año y nueve meses de trabajo he pasado por todo tipo de situaciones, algunas divertidas y otras no tanto. Al principio, tan concentrada estaba en entender a mi interlocutor, que me era imposible desviar la atención a nada más. Solía hacer pantallazos de cada diapositiva presentada y estudiaba concienzudamente las actas de reunión. Incluso me descargaba las grabaciones cuando existían y volvía a tragarme la presentación hasta que lograba entender su esencia. Tengo que reconocer que me he sentido muy agobiada muchas veces, he sudado la gota gorda, y me han dado ganas de cortar la llamada y decir, ups, lo siento, se me ha ido la conexión. Mi vida era un no entender ni papa, entre tanta empresa internacional, multicultural y multilingüe. Porque claro, tú aprendes inglés normalmente de un nativo, que trata de que aprendas el idioma con acento americano o británico. Pero nadie te prepara para escuchar a un indio hablando inglés, un chino o incluso, un francés. "¿Pero qué es esto por diosssssss?", ¿qué me ha dicho, me ha preguntado algo? Por si acaso voy a contestar algo y ellos ya me corregirán...

Recuerdo las primeras veces que me llegaba por el chat interno algún comentario de alguien que atendía a la misma reunión que yo. Qué mal lo pasaba. Porque claro, al leerlo y responder perdía totalmente el hilo y era imposible volver a cogerlo. Así que al principio pasaba de atender esos chats, o lo hacía muy lentamente. Intentando enterarme a la vez de lo que decían, mientras me iba volviendo un poquito más loca.

Ahora, la única cosa que puede salvarme de una conference infumable, que las hay, y muchas, es tener acceso a esa vía de escape que es el chat. Poder comentar la jugada con otros compañeros y, mientras tanto, arreglar el mundo a la vez.

Lo más importante es poner en mute el teléfono, teniendo la precaución de quitarlo cuando vayas a hablar, no te vaya a pasar como a mí, que me pase toda una reunión pensando que todos me ignoraban, jeje. Y también poner en silencio el ordenador, para que no salte el ruidito del chat.

Así, mientras tiene lugar una de esas presentaciones soporíferas, tú puedes aprovechar el tiempo para revisar  el correo, acabar un informe y/o cotillear por el chat mientras te comes unas lentejas. Lo de las lentejas es porque en otros países les encanta poner reuniones de 2 a 3 y muchas veces tienes otra de 3 a 4, cuando has tenido otra de 1 a 2. Ojo, es fundamental estar atenta a cuando se pide feedback o escuchas tu nombre. Por eso no es recomendable poner en práctica el multitasking cuando es la primera vez que escuchas a alguien, pues si no estás acostumbrada a su acento o él/ella nunca ha dicho tu nombre, puedes llevarte un disgusto. Decir Bego para un chino no es nada fácil.

Si te pillan en un momento malo, de esto que te han llamado por la línea fija y lo has cogido o te has ido un momento a la luna de Valencia, no panic. Siempre puedes usar una de las siguientes frases:

:: Sorry, I didn't catch you, could you please repeat?

:: I can't hear you well, would you mind to repeat?

:: Yes, you are right.

:: I agree with you.

Estas dos últimas siempre quedan bien porque alimentan el ego del personal.

Si ya eres cinturón negro, incluso puedes levantarte de tu sitio y, por ejemplo, poner una lavadora si estás en casa o sacar un café de la máquina si estás en la ofi. Yo aún no he llegado ahí. 

Cuenta la leyenda que incluso hay gente que va al baño entre tanto o recogen a sus hijos del colegio.

Son un método buenísimo para ahorrar dinero en viajes pero también una medida de conciliación familiar y personal muy eficaz. ¿No te parece? 

sábado, 9 de mayo de 2015

El viaje acaba de comenzar

Aquel día despertó con una sensacion diferente. Algo así como una angustia y un peso asfixiantes. Con muchas ganas de moverse, pero sin poder hacerlo. Falta de espacio, necesidad de algo nuevo.

Cada cierto tiempo experimentaba una gran presión, como si alguien tratara de estrujarle, como si le estuvieran empujando a salir, a comenzar de nuevo lejos de allí, fuera de aquel lugar en el que llevaba viviendo toda su vida y donde tan a gusto se encontraba.

De repente notó que se movía, atraído por una gran fuerza que tiraba de él sin que pudiera evitarlo. Sintió un gran nudo en el estómago que le empezó a crecer y a llenar de miedo el cuerpo.

Cada vez la fuerza desconocida era más intensa, las sacudidas más fuertes. Se escuchaba su eco a lo lejos. Sintió que se tambaleaban sus entrañas. La garganta se le secaba y tenía mucho calor. La cabeza le iba a estallar de dolor. Se encogió todo lo que pudo en un intento por esquivar aquella cosa que intentaba arrancarle de allí y llevarlo con ella. Parecía que se ahogaba, no podía respirar, ¿qué estaba pasando? Era muy raro porque a la vez que lo temía, lo deseaba. 

Cuando ya parecía que no podía soportarlo más y que había llegado el fin, sucedió algo muy extraño, más aún que todo lo que acababa de pasar. Le empezaron a doler los ojos a causa de un gran resplandor. Escuchó un llanto desconocido que le salía de la garganta y acto seguido sintió una voz dulce y preciosa, como de sirena, que le dijo al oído: "bienvenido al mundo hijo mío".

jueves, 7 de mayo de 2015

Un miércoles cualquiera de mi vida en imágenes

Me levanto y lo primero que necesito es desayunar porque estoy literalmente muerta de cansancio, ¿no se supone que una descansa por las noches? Quizá deba cambiar el colchón.,,

Casi siempre tomo lo mismo, café cortado y tostadas con aceite de oliva virgen extra. Y el iPad claro, que no falte.



Me gusta dejar toda la ropa preparada antes...



... de meterme a la ducha...


Un poco de maquillaje y peinado para no parecer un zombie. Que a partir de los 40 eso de la cara lavada va a ser que no favorece.


Partimos camino al cole las tres mujeres de la casa y esto es lo primero que vemos al salir del garaje cada día.


Llego a la ofi y aparco en mi plaza. Como no soy VIP, la plaza es al aire libre. Aunque para mí es un LUJAZO contar con ella porque me permite flexibilidad horaria y tranquilidad de espíritu para sobrevivir en ese inframundo de los polígonos industriales.


Entro a mi planta y doy un laaaaaaaargo paseo por los pasillos hasta llegar a mi sitio. Procurando no hacer mucho ruido con los tacones y dando los buenos días a la gente que me encuentro. A algunos tengo que gritárselo porque parece que no me oyen...Me gusta esa costumbre francesa de saludar a todo el mundo en el trabajo aunque no lo de los dos besos que se plantan todos diariamente.


Me siento y enciendo mi ordenador. ¡A trabajar!


En esta sala de reuniones paso la mayor parte de mi jornada, soy la eterna reunida, siempre de acá para allá transportando mi portátil. Al tener un puesto internacional y no tener contacto físico con mis colegas de trabajo o mi jefe, el teléfono es una de mis principales herramientas de trabajo, junto con la webex. La sala podría perfectamente llamarse como yo, es casi mía.


Tomo un café sobre las diez con una compañera. Un rato de charla junto con un poco de cafeína vienen fenomenal para aguantar el día... La taza de la foto no es mía aunque ilustra bastante bien lo que significan estos ratos de café en la oficina, ¿no crees?


Dos días a la semana voy al gimnasio que tenemos en la empresa (step, zumba o mantenimiento). Y dos días más voy a danza en el centro cultural del barrio (lo confieso, sólo llevo con este ritmo dos semanas, a ver lo que aguanto)


Luego como en casa, porque tengo la enorme suerte de poder hacer teletrabajo por las tardes. Eso sí, sola y monda. Aprovecho para mirar twitter y whatsapp.


Tras la comida, que suele ser bastante rápida, me pongo de nuevo a trabajar. Esta vez desde mi salón.


Salgo media hora a por las niñas al cole tres días por semana, y siempre pillo el semáforo en rojo.

 

Sigo currando hasta...nunca se sabe. Procuro parar sobre las siete aunque a veces la cosa puede alargarse, es la parte mala de trabajar desde casa. La buena es que cuando paro, ya estoy en casita :)

Home sweet home
Luego vienen deberes y kumon, baños de las nenas, poner la lavadora, hacer la cena y la comida del día siguiente. Una pequeña maratón diaria en la que participamos mi marido y yo codo con codo. O casi podría decir que él siempre hace más que yo. En mi casa somos muy modernos.



Mientras se hace la cena, las niñas juegan o ven la tele.


La cena es la única comida del día que hacemos todos juntos, en la cocina. Es cuando hablamos de cómo nos ha ido el día, sobre todo las niñas, que aprovechan para dar rienda suelta a su verborrea, la cual es bastante. Creo que a su padre le tenemos algo acorralado entre todas. 


Tras la cena y la correspondiente visita al baño para el lavado de dientes, las niñas van a dormir. Es el momento que más nos gusta del día porque la peque lee un rato conmigo, sin agobios ni correcciones, simplemente leyendo las dos, un rato cada una, por el placer de leer.



Y con la mayor tengo una pequeña charla donde se deja llevar y me habla de las cosas que le preocupan, de sus emociones, de sus sentimientos.



A veces nos saltamos un poco la rutina y jugamos un poco, nos hacemos cosquillas o hacemos un rato el tonto. Me encanta saltarme las normas.


Cuando ellas se duermen, llega nuestro turno. Estamos agotados pero por lo general nos gusta ver juntos algún capítulo de una serie. Otras veces él dibuja y yo escribo. Otras veces hablamos. Alguna que otra vez, todo esto a la vez.


Y para terminar, si no hemos caído rendidos antes...un poco de lectura. Últimamente leo dos páginas y me quedo KO. ¡Buenas noches!




martes, 5 de mayo de 2015

La madre que la parió

Hay expresiones delicadas que cuesta sacar de la boca. La mayoría de las veces se quedan a medio camino entre el cerebro y la voz. Como esa de "trabajar como un negro" o "es que me pone negra". O "madre no hay más que una". Son cosas que se dicen sin pensar y que, cuando las oigo, a mí me dan por pensar, y mucho. Sobre todo cuando, refiriéndome a mi hija pequeña, a la que adoptamos con cinco meses, se me escapa un "la madre que te..." Casi nunca termino la frase, o la digo muy bajito, para mis adentros. Porque me produce la sensación de estar diciendo algo que no debo, como cuando era pequeña y se me escapaba un taco enorme delante de mis padres. Sabía que no debía decirlo aunque no tenía claro por qué.

La madre que la parió es la madre biológica de mi hija. Esto, que es una verdad como el Taj Majal, no significa que sea su madre verdadera. Pues las dos, ella y yo, somos sus madres, ninguna es de mentira. Ninguna es un cuento inventado, aunque tengamos que fantasear sobre su historia a falta de datos. Y ella, esté donde esté, tambien imaginará cosas para completar los huecos que le faltan. Aunque en su caso sí que tiene a su disposición información sobre la niña y nosotros, quizá no haya querido saber más. Ojos que no ven, corazón que inventa.

El Día de la Madre, desde hace seis años, tiene para mí un significado más allá de mi propia maternidad y mi condición de hija. Es un día en que pienso mucho en su otra madre. Dónde estará, qué hará, pensará, vestirá, comerá. ¿Sufrirá? En nuestro mundo occidental no concebimos la renuncia a un hijo sin estar unida al dolor y la culpa. En África puede que sea diferente, o no. Imagino. Pienso. Creo. Pienso. Construyo una vida imaginaria para responder a las preguntas para las que tal vez jamás logre respuestas.

Mientras, mi hija adoptiva, mi hija sin más, mi hija de verdad, piensa también con su mentalidad de niña que no llega a los siete años. Y se hace sus propias preguntas, con sus propias no respuestas. ¿Por qué tengo otra madre y otro padre en un sitio tan lejos? ¿Por qué no se quedaron conmigo? ¿Tendré hermanos en Etiopía? ¿Abuelos y primos? ¿Cómo será mi mamá de allí, será guapa? ¿Tendrá el pelo largo como a mí me gusta? ¿Por qué no puedo verlos? 

Así que yo tengo dos frentes abiertos. Mis dudas y las suyas. Las mías quedan en mi cabeza la mayoría de las veces, hablo poco de ellas. Las suyas piden a gritos las respuestas. Lo cual está bien, que pregunte, que verbalice, que grite.

Aquí estamos y estaremos para intentar proporcionarle, al menos, el consuelo de escucharla y el cariño que tanto necesita.