domingo, 23 de febrero de 2014

Cosas que me gustan y que no

Me gusta...no me gusta...  

No me van mucho los concursos blogueros en los que tienes que responder montones de preguntas sobre tu vida y milagros. A pesar de ello he participado en varios por no parecer maleducada o borde. A pesar de todo me encanta hacer listas de cosas que me gustan y que no. De hecho este blog es una lista gigante de esas cosas.

Escribir un blog es muy parecido a desnudarse en tu habitación creyendo que no te ve nadie mientras el vecino espía desde la ventana. O a llevar gafas de sol creyendo que eso te impedirá ser vista cuando en realidad se te ve lo mismo, sólo que con gafas de sol. 

Un día, cuando alguien que no sospechas que te lee, te hace un comentario sobre algo que has contado, te sientes como en la peor de tus pesadillas, esa en la que estás en ropa interior en medio de la calle. Nadie parece percatarse de la situación, excepto tú, que sólo quieres resguardarte de la desnudez sin saber cómo. Esto me sucedió con mi anterior blog y desde aquel día dejé de escribir. Pensaba en cualquier cosa que decir y me imaginaba a aquel camarero desconocido leyéndolo. Mirando mi desnudez. Entré en pánico.

Paradójicamente parece que los escritores (del presente y del futuro) somos un poco exhibicionistas. Los que escribimos un blog lo somos sin lugar a dudas. Nos arriesgamos a que se nos juzgue por lo que decimos, pero también nos atrevemos a contar lo que sentimos, sin los muros de los otros, de la palabra hablada, mucho más complicada, mucho menos libre. Es una forma de destruir esas odiosas etiquetas que nos colocan. 

No soporto que me pongan etiquetas, no me gustan las primeras impresiones. Creo en las segundas y terceras oportunidades. Merece la pena profundizar un poco en el otro sin dejarnos llevar por lo aparente. La mayoría de las veces ganamos. Eso sí, es mucho más fácil quedarse en la superficie y seguir viviendo nuestra vida sin plantearnos nada más allá.

Creo que es demasiado simplista retratar a la gente por lo que le gusta y lo que no le gusta. Mucho peor si nos limitamos a tener en cuenta sólo los "me gusta" y los "favoritos". Como si el mundo fuera un enorme facebook+twitter, similar a aquel Matrix que tanto nos impactó en su momento, como si lo negativo, los "noes", fueran una especie de tabú vedado a esta sociedad en la que parece que está prohibido estar de mal humor o ser pesimista. 

Todo está impregnado de una falsa felicidad que asusta. O te ríes a todas horas o estás fuera. Ponerse serio es poco menos que un sacrilegio y el buenrollismo de bote es casi una religión.

Todo esto me viene a la mente tras una conversación mantenida en una sobremesa reciente. Reunidas seis mujeres, algunas nos conocíamos de antes y otras no. A todas nos unía la amistad o el parentesco con una de ellas. De repente me di cuenta de que en menos de cinco minutos había dicho que no me gustaban los gatos, los domingos, las cucarachas y los saltamontes. Sorprendentemente las otras cinco no sentían aversión por ninguno de estos animales. Ni por el aciago domingo. Así que me sentí como un bicho raro. También como una tiquismiquis. Y quise encontrar rápidamente algo que me gustase para compensar. Para que no recayera sobre mí la etiqueta.

Si hago una lista de las cosas que me gustan y las que no, no sé cuál sería más larga. 

Me gustan, más allá de las cosas obvias como la justicia universal y la libertad, la paz y la honestidad, los pequeños placeres de la vida. Dar los buenos días a mis hijas. Desayunar sola en la cocina, siempre tostadas con aceite y café, mientras leo twitter o la prensa. Los fines de semana prefiero salir a alguna cafetería, acompañada. Escuchar Radio 3 de camino a la oficina. El café de media mañana con los compañeros de trabajo. Escribir las cosas que tengo que hacer. Tacharlas cuando las he hecho. Idear cosas nuevas. Escuchar la BBC o los podcasts de 180 grados mientras curro. Salir pronto de la ofi y no tener que ir a ningún sitio después. Bailar con mis hijas o jugar con ellas con el iPad. Hacer la cena mientras tomo una cerveza. El beso de buenas noches. Ver una serie o una peli en versión original junto a marido. Me gustan los viernes, mi día favorito. Abril, julio y octubre. El sol en la cara. El arte. La poesía. Leer. Los paseos por Madrid. La montaña. Los viajes en familia. La tortilla de patatas. El Retiro. Las comidas de los sábados con amigos, café, copa y mus. Escribir, escribir y escribir. Imaginar. Las papelerías. Las cebras. El mar. El rojo, el negro. África. Murcia. Los dulces. El olor a lirio. Dormir. Los números impares. Las botas y los vestidos. El karaoke. Mirar a mis hijas y escucharlas mientras no me ven.

No me gustan, quitando la mala baba, la discriminación, la violencia y todo aquello que nadie en un sano juicio diría admirar, los domingos, los insectos en general, aunque las arañas me dan igual, los gatos. Despertarme con la alarma del móvil. Viajar en avión. Las cartas de menú demasiado largas. Los mails demasiado largos. La gente que pide cosas y te dice "es muy urgente". Los chandals. Cocinar. Hacer la compra en fin de semana. Lo difícil que es quedar con los amigos. El sabor de los tomates en Madrid. Las pelis de miedo o de ciencia-ficción. Las discusiones de mis hijas. Mis discusiones. Llamar la atención. El desorden. La tacañería. Los caraduras. Que me piten cuando voy en el coche. Los callos, las albóndigas y la leche. Engancharme a juegos del móvil. Madrugar. Las series de Disney Channel. Gritar. Abrir las cartas con facturas. Conducir.

Aquí lo dejo. Por hoy ya me he desnudado bastante. Al final la primera me ha salido más larga sin proponérmelo. Algo querrá decir. O no.







domingo, 16 de febrero de 2014

AZ de la maternidad: con v de vaivén

Como un péndulo que oscila de un lado a otro y vuelta a empezar.

Así vivo mi maternidad, en un continuo ir de la felicidad extrema a la más absurda desesperación.


Pasar del optimismo al pesimismo. En cuestión de segundos. De pensar en tus hijas como seres adorables que te emocionan hasta el infinito mientras les lees un cuento, a sentirte absolutamente bloqueada y a punto de estallar como una bruja malvada cuando empiezan a discutir.

De ser esa "mujer más feliz del mundo que todo madre es", a sentirme, siendo paya, una "desgraciadita gitana tú eres teniéndolo tó". 

Por ser tan madre a veces queriendo ser tantas cosas más.

Soy la madre amantísima Jekyll. Y la madrastra mala de los cuentos Hyde. Y voy de una a otra sin pestañear siquiera. No tengo termino medio ni forma de avisar de mis transformaciones constantes. Doy miedo.

Tendrá algo que ver que soy Libra, por aquello de la búsqueda constante del equilibrio. Trato de buscar una justificación más allá de mi responsabilidad en el asunto. Como suele pasarnos a los humanos. Echar la culpa al otro.

O será un fenómeno que va unido al hecho de ser madre y vivir en este mundo, madres que pasamos del rol buenamadre al de malamadre sin solución de continuidad. Aunque nos cueste reconocerlo o no nos atrevamos a nombrarlo. Buenas madres somos (casi) todas. Al igual que todas hacemos mal muchas cosas, y nos sentimos culpables, y nos martirizamos y nos sentimos culpables de sentirnos culpables, y así todo un día sí y otro también. 

En un vaivén de drama y desdrama que viene a sumarse al rollo hormonal, la multitarea, la tendencia a requetepensar y otras maravillas que van ligadas a nuestra persona. Al menos a la mía.

La maternidad es un ir y venir de defectos y virtudes, un oscilar desde la energía suprema al cansancio descomunal, desde el amor incondicional a la explosión de ira más tremebunda, desde la calma al frenesí, desde el pormihijamato al matamécamión. 

La maternidad es un vaivén de sentimientos, de emociones, de sensaciones. Contradictorios, absurdos, misteriosos.

La maternidad además, es un ir y venir de tiempos y rutinas. Del sueño a la alimentación, de la alimentación al paseo y al juego, de ahí de nuevo a la alimentación, y luego al sueño y después la higiene y de nuevo la alimentación. Esto cuando son bebés. Luego es la guarde y el cole. Los niños van y vienen de estos lugares. Nosotros también. Son las estaciones y las fiestas que llegan y se pasan para volver un año después. El otoño y la recogida de hojas, la Navidad y sus villancicos, el invierno con la nieve, la primavera y las flores. El verano y el mar. Todo esto lo tienen también los demás, los que no son papá y o mamá, sólo que con una intensidad distinta. Yo noto más el vaivén temporal desde que soy madre.

Los hijos van y vienen. Al principio están siempre y creemos que nunca jamás se irán de nuestro lado. Conforme van sumando años se van despegando un poquito más. Y otro poquito más. Y otro más. Hasta que se marchan realmente, se van a vivir su propia vida independiente. Y vienen sí, de vez en cuando, a vernos los domingos, algunos. Esos en los que no tienen un plan mejor para pasar el fin de semana.

La maternidad es un brutal movimiento oscilatorio infinito. Empieza con la vida y no, no acaba con la muerte.











viernes, 14 de febrero de 2014

Japonismo


Una de las cosas que más me gustan de la vida es improvisar planes sobre la marcha y que salgan bien. Como visitar una exposición por casualidad, sin haberlo pensado previamente, y salir de allí emocionada y con ganas de saber más sobre el tema, comprar el libro de la exposición y viajar al país que le da nombre.

Es el caso de Japonismo, la fascinación por el arte japonés, en El Caixa Forum de Madrid. 

Antes de verla apenas intuía lo que era esto del japonismo. Ahora imagino un poco por encima lo que supuso en la época en la que se produjo, tras disfrutar de las obras de multitud de artistas, como Fortuny, gran amante de lo japonés o el mismísimo Picasso. Todos ellos, se vieron influenciados o inspirados por un arte y una cultura que suponían un soplo de aire fresco para el mundo occidental, un nuevo universo estético lleno de exotismo que enriqueció el arte europeo a finales del s.XIX y principios del XX. Aunque el epicentro del japonismo se dio en París, España absorbió en gran medida su estela. Y lo que más ha llamado mi atención es la relación que mantuvo con el Modernismo, lo que explica que la mayor colección de obras japonistas se encuentre hoy día en Cataluña.

Y yo que pensaba que esto del amor por lo japonés era una cosa muy cool y muy del siglo XXI. Ignorancia la mía.

Ya sabía de la aventura cristianizadora de San Francisco Javier, que allá por el siglo XVI, año 1549 según la Wikipedia, llegó a Japón y en pocos años logró evangelizar a la mitad de la población. Es que Marío es muy listo y se sabe la historia al dedillo. Hoy la he recordado porque en la muestra se hace referencia a ella y hay obras, libros y cartas que lo atestiguan. Así como el comienzo de las relaciones comerciales entre el país nipón y España. Hay una carta preciosa, escrita con tinta negra sobre papel de arroz, adornada con motivos vegetales y trozos de oro y plata, que se dice que escribió el propio rey japonés Date Masamune, de la región de Mutsu, a la ciudad de Sevilla. En ella solicitaba cordialmente que le aconsejaran sobre la mejor ruta para llegar hasta allí y expresaba su deseo de iniciar contactos comerciales entre ambas ciudades. La carta pertenece al Archivo Municipal de Sevilla y constituye un documento de incalculable valor sobre la "Misión Keicho”. Durante siete años Oriente y Occidente estuvieron unidos en aquella época. Más adelante, sobre la mitad del siglo XVI, los japoneses decidieron encerrarse en su mundo y cortar cualquier contacto con el exterior. Hasta que llegaron los americanos a mediados del XIX y les impusieron la apertura por la fuerza. 

La exhibición, que ya estuvo en Barcelona el año pasado, es la primera que se realiza de esta índole en España. Se centra en la relación entre el japonismo y nuestro país, aunque alberga alguna obra extranjera. Dicen que hay más de 350. Pintura, escultura, artes decorativas, kimonos, libros... Las técnicas utilizadas son de lo más variado: acuarela, litografía, óleo, pastel... Incluso una obra realizada con tinta polvorizada y lápiz de color que me ha resultado muy diferente al resto. La temática se centra sobre todo en la naturaleza y en la mujer, destacando los motivos vegetales y las aves. Nenúfares, bambú, crisantemos, hojas de arce y cerezos abundan y están presentes en casi todas las obras, unas veces como protagonistas y otras añadidos con sutileza, como quien no quiere la cosa. Los pájaros también ocupan un lugar destacado en la imagineria japonista. La mujer aparece con frecuencia vistiendo el tradicional kimono. Son mujeres de aquí fascinadas también por la moda de allí. La mayor parte de los retratos son femeninos.

Los rojos y negros de las ropas y el pelo, planos y sólidos, así como los azules y verdes de la naturaleza, son los colores predominantes. 

Me han encantado los biombos. También los carteles y anuncios publicitarios donde confluyen lo modernista y lo japonista. Y los libros, como el que pertenecía a Sorolla.

Me ha dejado inquieta una obra sobre un fantasma que resulta de lo más terrorífico.

Me ha llamado la atención el menú de un restaurante con firma de Picasso, como la obra que se ve en la foto debajo de esta frase.


Me ha dado por pensar el trabajazo que debe llevar una exposición de este tipo, donde se han recopilado tantas obras, muchas procedentes de colecciones particulares, y otras de museos de todo el mundo, como Japón, España, Reino Unido, Francia, Holanda, Bélgica y Estados Unidos. 

¿Cuánto tiempo lleva conseguir algo así? ¿Cuántas negociaciones, viajes, tiempo de investigación, dolores de cabeza, dinero? ¿Cuántas personas lo han hecho posible? ¿Cómo será el trabajo de diseñar el espacio, el orden de las obras, los textos? ¿Cómo se hará el traslado de las piezas? ¿Cuánto costarán los seguros? 

Me parece una labor encomiable y a la vez un trabajo precioso. Visto desde fuera. Lo mismo su comisario Ricard Bru i Turull no piensa lo igual (aquí emoticono de la risa con dientes). A mí no me importaría dedicarme a algo así. A un trabajo relacionado con el mundo del arte. Alejado de las oficinas, el power point y el excel, y todo eso que veo tan a años de luz del ídem. Lo mismo me equivoco.

Si os apatece disfrutar de ella, sólo os queda mañana y pasado pues se acaba el 16 de febrero. Muy recomendable.





miércoles, 12 de febrero de 2014

AZ de la maternidad: con u de utilidad

¿Para qué sirve ser madre?

Esta no es una pregunta filosófica ni nada parecido. Esta vez iré a lo práctico. Vamos a dejarnos de sentimentalismos lacrimógenos y profundos del tipo "ser madre te cambia la vida" (y tanto), "es lo que da sentido a todo" (esto es bastante cierto así me maten los sinhijos), "me siento plena y realizada en mi feminidad" (vaya cursilada hortera).

Como me gusta mucho darle a la pelota y ya van unas cuantas vueltas al tema "maternofilo", se me ha ocurrido hacer un post rollo guía práctica para no padres/madres indecisos. Por aquello que he leído por ahí de que el incremento de la natalidad que va a provocar la nueva ley del (no) aborto (??!!) va a traer como consecuencia una mejora en la situación económica del país. No, no es broma, alguien lo dijo y salió publicado en prensa. Busca en Google.

Quiero contribuir a la noble causa de la salida de la crisis. Señores y señoras pónganse al tema. El futuro de nuestro estado del bienestar está en juego.



Así que allá va mi lista, hecha desde el más puro subjetivismo, con las cosas más útiles que aporta el hecho de tener hijos. Útiles en el sentido más materialista y egoísta de la palabra. Nada de contribuciones al bien común, nada de utilidad social. Porque eso a nadie le importa en realidad. A la gente le importa más su dolor de muelas que el derrumbe de la economía mundial.

Primero. Consigues por fin dar vida a esa habitación-despacho-gimnasio-trastero que te lleva de cabeza desde que te mudaste a tu nueva casa desde la de tus padres. Tiene el inconveniente de que debes dedicarle unas horillas a adecentarla, en lugar de zanganear en el sofá o irte de pingo el fin de semana. Lo bueno es que te quedas tan a gusto cuando la terminas y te sientes como un actor del canal Youtube de Leroy Merlín.

Segundo. Comes más sano. No es que de repente empieces a alimentarte exclusivamente con la dieta mediterránea. Ni de blas, no te hagas ilusiones. Lo que sí pasa es que incrementas tu dosis de vitaminas al ingerir parte de los purés de verduras y frutas del peque. A veces porque se lo deja. Otras porque haces de más y así te ahorras cocinar para ti y tu pareja.

(Este punto estoy por quitarlo. Cuando dejas de hacerle purés, vuelves a lo de antes, ojocuidao).

Tercero. Pasas más tiempo despierto. ¿Recuerdas la de veces que has dicho eso de "ojalá el día tuviera 48 horas"? Ahora te lo va a parecer. Podrás hacer todo eso que nunca puedes por falta de tiempo. Siempre y cuando te drogues o te infles a red bulls. Lo primero no lo recomiendo, que eres madre/padre. Un poco de ejemplo. Lo segundo, con moderación.

Cuarto. Vivirás al margen del consumismo. Si siempre has querido ser capaz de salir del sistema capitalista, ahora es tu oportunidad. Dejarás de gastar. Dejarás de gastar en ti, quiero decir. Todo lo que ganes irá a la hipoteca y a los gastos del vástago (guarde, pañales, farmacia, ropita, cacharros ...)

Quinto. Harás más ejercicio. Sobre todo de brazos y espalda, acarreando quilos de niño de un lado a otro. Es importante prestar atención a las piernas para no descompensar (los paseos diarios te ayudarán con esto).

Sexto. Harás nuevos amigos. En el parque, en el cole o guarde, en las clases extraescolares, en la blogosfera, en twitter, en facebook. Como Roberto Carlos, puedes llegar a querer tener un millón. Cuidado. Algunos son más falsos que las sonrisas que dedicas a los vecinos en el ascensor.

Séptimo. Te convertirás en un as del DIY... Harás disfraces de fresa, payaso, muñeco de nieve, Los increíbles, ratita presumida... Diseñarás gorros de halloween, belenes de plastilina, libros viajeros... Incluso en tus ratos libres y sin que lo haya pedido la maestra. Tranquila/o, el super chino del barrio sirve en caso de emergencia(s).

Octavo. Podrás jugar a todo tipo de videojuegos y maquinitas sin temor a que te tachen de friki. Tienes la excusa perfecta para eso y para hacer el idiota más a menudo. Para jugar con ellos nada como ponerse a su altura y hacer tonterías varias como ... como esas que todos hacemos y que nos da corte repetir, y no me refiero a cantar en la ducha (¿alguien canta en la ducha?)

Noveno. Dejarás de ser quisquilloso y/o escrupuloso. Tras quitar cientos de pañales a rebosar de sustancias atómicas, limpiar mocos con un aspirador, recoger vómitos del sofá o la cama o despiojar a tus hijos como si fueras mamá gorila, que te vengan con gilipolleces. Vamos hombre. Exceptuando ver a tus compañeros de curro hurgarse la nariz con alevosía y después meterse el dedo en la boca. Eso seguirá dándote asco.

Décimo. Seguirás sin lavar el coche, sólo que ahora ya tienes un motivo de peso para tenerlo hecho un cristo. Los niños. Que lo ponen todo perdido. Como son.

Conforme voy escribiendo se me ocurren unos cuantos motivos más por los que ser madre es una excusa perfecta para montones de cosas que de otra manera no se aprueban. Por ejemplo, y ya acabo, ser madre es un escudo contra los quilos de más (no porque no los tengas sino porque los justifica), las canas (nunca sacas tiempo), los pelillos en las piernas (lo mismo), los enredos en casa (no hay manera de que recojan) y un largo etcétera.

La maternidad es un gran chollo, más que la paternidad, pues te da múltiples oportunidades que jamás hubieras imaginado. Las mujeres que son madres están muy bien valoradas en las empresas, sobre todo si tienen jornada reducida, pues se sabe que son personas comprometidas, sacrificadas y capaces de coordinar multitud de tareas a la vez, que se centran en lo importante y no se andan con chiquitas, que aprovechan cada minuto de su tiempo al máximo, sin perder ni un segundo. 

Este último párrafo no lo he escrito yo, sino un duende venido del futuro desde una ciudad invisible de la que no sé su nombre. Lo siento. Me parecía tan "gracioso" que lo he dejado, por si acaso va y se cumple.






domingo, 9 de febrero de 2014

Lost in traslation


Cuando me preguntan mis profes de inglés, los que voy teniendo a lo largo de la vida, cuántos años llevo aprendiendo el idioma (how long have you been studying english?) me siento como si me hubieran preguntado la edad (how old are you?) y doy largas: for a long time, I can't remember and something like that. Con cara de emoticón triste con la cara sonrojada.

Es más, decir que tengo 40 me da menos reparo que decir que llevo estudiando este puñetero idioma desde sexto de la EGB. 

Si eres de mi quinta y nunca has pasado más de un mes es un país angloparlante (como yo que estuve allí hace la friolera de 14 años) sabes de lo que hablo. A no ser que hayas sido afortunado yendo a un cole bilingüe de esos carísimos de entonces o que alguno de tus progenitores sea nativo del idioma.

Si no, puede que tu historia se parezca a la mía. Clases mediocres en el cole y en el insti, dos horas por semana, con una pronunciación muy alejada del acento british or american. Y después, interminables academias, cursos intensivos, clases en la empresa, intercambios con estudiantes extranjeros, lecciones online, pelis y series en V.O., intentos de lecturas de libros y periódicos... Siempre con esa horrible sensación de que tu nivel se queda en un punto en el que no puedes avanzar más. Ese upper intermediate tan frustrante y que tan poco ayuda a pasar una job interview o tener una conference call con colegas en Canadá para explicarles los proyectos en los que trabajas con la esperanza de que contratan tus servicios.

Y en esas estábamos cuando empiezo con clases one-to-one, gracias a la generosidad de mi manager en aquel momento. Ahí es cuando me empiezan a dar caña de verdad y me doy cuenta de que lo que yo creía que era un alto nivel de inglés no era nada y que I had no idea about english porque me quedaba atascada la mitad del tiempo y había millones de palabras que eran un completo misterio para mí. ¿Cómo puede ser que ese idioma del demonio tenga piles and piles of words que nunca había escuchado antes? It's amazing! 

De repente eché un curri en inglés para un puesto interno, en la empresa que había comprado la mía y a la que se supone yo pertenecía aunque en realidad no (la fusión no se llegó a ejecutar nunca). Con un par. Y van y me llaman. Y me entrevistan. Y me vuelven a llamar. Y me vuelven a entrevistar. Por teléfono, in english. Y me siguen llamando y me citan para verme en persona, face to face. Al final, no entiendo muy bien cómo, me dan el puesto. ¿Y ahora what the hell? No sabía dónde me está a metiendo (o sí). Yo estaba feliz de por fin poner en práctica lo que tanta tiempo y dinero me había supuesto (y a mis padres dicho sea de paso) y ser capaz de superar la barrera esa de hierro (la de cristal es otro cantar) que me impedía desenvolverme con soltura en medio de la lengua de Shakespeare.

La cosa es que, a partir del día en que decidí aceptar el puesto, he vivido un master intensivo acelerado de inglés (junto a otros sobre la empresa y el rol) que acojonarían al mismísimo Félix Baumgartner. Aquel día tuve que presentarme a pelo por teléfono ante todos mis compañeros que se encontraban en una sala de reuniones a 1.200 kilómetros y con mi jefe como maestro de ceremonias, intentando seguir una presentación sobre la compañía en inglés que me sonaba a chino, sin poder ver el power point y con un sonido amenizado con crujidos extraños procedentes del teléfono. Sudores fríos me recorrieron la frente y las manos mientras deseaba que un agujero negro me tragara y que todo eso del nuevo trabajo fuera sólo un sueño. Me sentía casi como la Bullock en Gravity, a la deriva total.

Aquello fue una broma para todo lo que me esperaba después. Montones de conference calls, varias en el mismo día, con acentos francés, americano, británico de la zona de Manchester, italiano y, el que más me gusta, indio. Menos mal que empecé a ver de nuevo The Big Bang Theory y gracias a Raj voy pillando un poquito esa forma de hablar tan peculiar. OMG.

La primera vez que viajé fue todo un show. No entendía de la misa la media. En ninguna reunión. Nothing. La primera noche que salí a cenar con unos compañeros quise hacer como una de las chicas que aparecen en TBBT, escaparme por el baño. Un horror, hablaban super rápido y en el local había una música de fondo a todo volumen, más el ruido de los comensales de al lado hablando en francés.

Al día siguiente me esperaba mi estreno, ante todos aquellos a los que hacía un mes me presenté por teléfono, más el jefe de mi jefe. Glups. Tenía que salir a la palestra a contar lo que había estado haciendo en ese mes y poco que llevaba en el puesto. Tenía mi fabulosa .ppt. Y tenía que contarla. Y allí no había traducción simultánea ni nada de eso que tienen los parlamentarios ni los presidentes de gobierno. Ni que decir tiene que me lo había preparado todo al milímetro. Aunque no me hubieran venido nada mal unos subtítulos bajo las caras de la gente sobre unas google glass.

Salí del paso. No me quedó otra. Mi truco, esperar antes de contestar por si otro se me adelantaba. En caso de que no me quedara otra, responder sin miedo, lo primero que se me venía a la cabeza, que ya luego si eso me iban reconduciendo ellos hacia el tema del que en realidad hablaban. 

En todo este tiempo ha habido de todo. Conversaciones de besugos, parrafadas incomprensibles, momentos de verdadero horror, cachondeos varios a costa de mis meteduras de pata (como cuando pedí para comer lengua de buey pensando que era ternera, aunque en este caso la confusión fue en francés), desesperaciones, lágrimas, sonrojos ... Ganas de tirar la toalla no me han faltado.

Sin embargo he tirado p'alante y aquí sigo. Cinco meses después soy capaz de entender casi todo lo que dice mi jefe cuando habla inglés (antes un 40%), muchos de mis compañeros franceses, un alto porcentaje de lo que me cuentan los británicos y americanos y nada en absoluto de lo que dicen los indios. Creo que voy bien. En un año esto está casi superado.

Aunque todavía hace poco he querido que me absorba uno de esos fenómenos Fringe al malentender una frase dicha en una cena y responder con un tema completely different. Por lo bueno (esto es según mi hija pequeña "por lo menos") podré reírme de todo en breve y además es un tema estupendo que da para escribir un post o varios.

Lost in traslation. Así me siento. Cada vez menos lost, es verdad.

Quien me lea y tenga edad y/o oportunidad de poder largarse a aprender el inglés como dios manda que se vaya. Ya. Que no espere más. Yo no lo hice por diversos motivos que no vienen al caso y es una espinita que tengo ahí clavada.

Quien tenga hijos, que no descuide su formación en ese idioma. Es uno de los mejores regalos que podemos darles a nuestros peques. La oportunidad de desenvolverse en una lengua que es completamente imprescindible hoy día para optar a la gran mayoría de trabajos disponibles, que son pocos y muy solicitados.

Luego si eso que aprendan chino.





viernes, 7 de febrero de 2014

Inmigrantes

Son ya tantas las noticias de muertes de inmigrantes que a veces nos pasan por encima como las cifras de descenso en la firma de hipotecas.

Sólo llaman nuestra atención cuando el número de cadáveres es escalofriante, como en Lampedusa, o cuando se sospecha que la guardia civil haya podido utilizar métodos disuasorios que han tenido parte de la culpa en el ahogamiento de estas personas que tan poco nos importan.

Ya tenemos bastante con lo nuestro. Nuestra crisis europea. Nuestra corrupción. Nuestro fútbol. Nuestras próximas vacaciones. Nuestro dolor de cabeza.

A veces nos da por pararnos a pensar un poco en el tema. Y escribimos un tuit, unas palabras en Facebook o un post como éste. Pensamos en cuál será la historia de esas personas que han fallecido. Puede que lleven años preparando su viaje a la tierra prometida, incluso años viajando. Siendo explotados por las mafias de la inmigración que les cobran cantidades espeluznantes para conseguirles una forma de llegar al punto de destino. Unas cantidades impensables para sus lugares de procedencia. Lo que les obliga a ahorrar toda la vida e hipotecar las vidas de sus familias.

Pensamos en si tendrán hijos, padre, madre, hermanos. Amigos. Pensamos en sus sueños. Sobre trabajo, sobre familia, sobre ser libres, sobre la vida. Pensamos en su valentía para jugárselo todo en el intento.

Todo por un poco de esperanza, por un poco de futuro. Que muchas veces se convierte en un infierno más. Pero siempre hay grados. También para los infiernos. El infierno en España puede ser casi el paraíso comparado con el de África. Bueno no, eso es lo que pensamos los de aquí cuando les vemos vendiendo La Farola o de gorrillas en cualquier parking. Que seguro que esa vida es mejor que la que tenían allí. Vale, puede que sea mejor, aunque sea una mierda igualmente.

Todos merecemos una vida digna, a priori. Los de aquí. Los de allí. Los de cualquier parte.

Todos nos merecemos un vida.

Y la mía me está reclamando ahora. Voy a hacer la cena y a ver un rato la tele. Para olvidarme de tanta injusticia y relajarme, que falta me hace.

lunes, 3 de febrero de 2014

Hola, soy tu Impaciencia y estoy aquí para quedarme

Esa cara que pones, ese gesto torcido, los ojos muy abiertos, como si los abrieras para poder mirar más allá de tus narices. Ese chasquido de boca, ese bufido. Todo te queda tan bien, estás tan tú...

Me gustas cuando estás en la cola de la caja de una tienda Inditex en hora punta o frente al mostrador de atención al cliente de un hipermercado francés, también cuando esperas tu turno en la consulta del médico o desesperas para pagar la gasolina a primeros de mes. Me encanta cuando estás en el coche, escuchando tu música favorita y, de repente, sin venir a cuento, te pones a soltar tacos a diestro y siniestro. Lo mejor de todo, tu momento estelar, es aquel en el que entre las 21 y 22 horas de lunes a viernes tus hijas empiezan la rutina de lavarse los dientes para ir a la cama y por menos de nada comienzan una de esas discusiones absurdas por ocupar un centímetro más en el espejo del baño. Si, además, ese día ha sido malo o no has dormido bien la noche anterior... La transformación de tu rostro y tu tono de voz adquieren connotaciones dignas de Oscar de Hollywood. Qué de bellas arruguitas en tu cara, qué fuerza en la palabra. Pasas de ser pequeñita a grandiosa. De la poca a cosa a la enormidad.

Y ahora vienes con que quieres cambiar, mejorar, aprender de todas esas personas que dices que admiras. ¿Por tener éxito? ¿Por tener suerte? ¿Por ser guapos, ricos, cuasi perfectos? ¿Por ser inteligentes, cultos? Nooooooooo. 

Por tener paciencia. 

Te gustaría ser como ellos única y exclusivamente por su paciencia. Qué poco ambiciosa eres, chica. ¿A ti no te han enseñado a ser alta de miras? ¿Aspirar a algo más en la vida que ser mejor persona o buena gente? Ya veo que no.

Una cosa te voy a decir querida. Lo tienes difícil. Yo llegué a ti por vía genética. Y no soy una nariz aguileña o unas orejas de soplillo que cualquier cirujano podría operar sin problemas. 

He venido aquí para quedarme y estoy dispuesta a luchar por ello con todas mis armas.

Para empezar, te recuerdo que tienes pendiente una llamadita a Telefónica y otra a Endesa. Soy mala, lo sé.

¿Y lo bien que me lo paso?