jueves, 31 de octubre de 2013

A mi primera princesa


Hace diez años, tal día como hoy, un poco antes de la hora a la que escribo, empezaste  a decirme que querías por fin salir al mundo. No te tocaba todavía, según los cálculos de la medicina moderna. Según mi intuición sí. Siempre creí que el médico erraría en su predicción. Como así fue.

Justo en el preciso instante en el que iba a terminar el último capítulo de la primera temporada de 24, tú dijiste: mamaaaaaaaaaaaá, allá voyyyyyyyyy, en forma de dolorosas contracciones que me hicieron pasar unas horas la mar de divertida. Sobre todo cuando esa cosa que llaman epidural que, entre tú y yo, creo que me fastidió la espalda para siempre, decidió que no quería seguir haciendo su efecto anestésico y se me fue de la mitad del cuerpo hacia la izquierda.

Cuando comencé a notar que enseguida estarías conmigo, una alegría enorme invadió el poco espacio disponible que dejabas en mi cuerpo de poco más de 1,5 metros. Pletórica, exultante, radiante, feliz, a pesar de que parecía que me estaban retorciendo los órganos como si fueran tirachinas unos duendecillos traviesos. Una presión insoportable en la zona abdominal me venía cada poco a recordar que en breve te iba a ver la carita. Esa con la que tantas noches soñé.

Tu padre y yo salimos escopetados con nuestra maleta, ¿o la dejamos en casa? Es que creo que era la tercera vez que íbamos al hospital y ya no recuerdo si decidimos llevarla esta vez. Lo que sé es que estaba hecha desde hacía un mes. La hice cuando mi compañera de trabajo, María, que estaba embarazada del mismo tiempo que yo, me dijo que ella ya la tenía hecha desde el mes siete. ¡Y yo con estos pelos! Así que esa misma tarde me fui a Prenatal y me hice con el pack de mamás primerizas, dejándome como supondrás, medio sueldo en monerías.

Al entrar de nuevo a la sala de monitorización, que es lo primera que hacen cuando te ven entrar por la puerta de urgencias con un bombo gigante, me sentí un poco cortada ante el encuentro con la misma matrona que ya me había enviado a casa otras veces por falsa alarma. Cuando me dijo,
"bueno, bonita, te vamos a ingresar, vas a dar a luz" casi me la como a besos. Ni miedo ni ná. Yo quería parirte ya, estaba ansiosa por conocerte y abrazarte. Amén de que mi espalda estaba a punto de desertar de mi cuerpo y tu embarazo no fue lo que se dice bueno. Así que no me preocupaba lo más mínimo ese momento parto que tantas mujeres temen. Tú misma me has dicho que no quieres tener hijos biológicos porque serías incapaz de soportar ese dolor. La verdad es que hay cosas que duelen más en la vida y no físicamente. Creo que desgraciadamente pronto lo sabrás.

No voy a contarte más acerca de esas interminables horas que pasé hasta que llegaste. Si te apetece te cuento otro día. Lo que sí quiero recordar es que tus abuelos maternos cogieron el coche inmediatamente tras la llamada de papá para decirles que nos habían ingresado y se plantaron en la habitación a las tres de la mañana. Pobres. Tuvieron que pasarlo mal en el viaje pensando en que su niña estaba a punto de ser madre y ellos lo mismo no llegaban a tiempo de ser testigos. Llegaron. Y les dio tiempo hasta de ir a nuestra casa a dormir y volver a la mañana siguiente. Que fue el momento en que tus abuelos paternos llegaron también para conocerte, en pleno momento "me quiero morir, por favor saquen ya a esta niña de mi cuerpo", tanto sufría que se me olvidó la respiración y todas esas cosas que aprendí en las clases preparto y acabé pareciendo una tertuliana de tele 5 a la gresca con la Patiño. Hija mía, sé que no sabes quién es esta mujer. Ni falta que te hace.

Finalmente mi ginecólogo apareció junto a la matrona y ambos me escudriñaron por ahí para acabar dictaminando que había que hacer cesárea porque no ibas a caber en esos 3 centímetros que había aumentado el agujero por el que tenías que pasar. Noooooooooo. Con la de veces que yo había ensayado en mi cabeza ese momento. Con papá junto a mí, dándome la mano... Yo sudando y respirando y gritando como en las pelis, durante unos minutos, para ver cómo aparecías y llorabas y te ponían sobre mí y podía abrazarte por fin. No podía ser que no fuera a vivir eso. Pero así fue. No lo viví. Lo que viví fue una emoción enorme al escuchar tu primer llanto, el cual me contagiaste de forma inmediata. El doctor me dijo : "pero, ¿por qué llora usted?", como regañándome, y yo pensaba: "usted hace esto varias veces al día. En cambio, para mí, y para todas las mujeres que pasan por sus manos, este momento es uno de los más importantes de nuestra existencia. ¡Hemos tenido un hijo! ¿Cómo no vamos a llorar oiga?"

Preciosa, pequeña, dulce, frágil, morena, tierna, achuchable...sólo quería tenerte cerca y a la vez, me moría de ganas de dormir un poco, el cansancio fue extremo durante el primer mes y se suavizó durante el segundo. Nadie nos avisó de que los bebés comían cada dos, tres, cuatro horas. Ya te voy avisando cielo para que no puedas decir lo mismo.

Siempre fuiste una niña tranquila, risueña, muy despierta, observadora, habladora, entusiasta... da gusto ver cómo disfrutas de cada pequeña cosa de la vida. También eres muy sensible y esto, unido a tu tendencia a pensar y repensar todas las cosas que pasan a tu alrededor o te vienen a la cabeza,  hace que sufras también mucho. Siempre has sido más madura de lo que se supone a tu edad, como lo era yo. Ya lo decían Nieves y Paula en sendos posts, que hay personas que parece que nacen mayores. La abuela decía que yo no tuve infancia, cosa que a mí nunca me ha gustado escuchar y no te voy a decir a ti. Que seas más sensible que otros no te hace ser menos niña. Al contrario. Lo eres y dices que quieres seguir siéndolo siempre. No te gusta crecer, como a Peter.

Lista, responsable, artista, perfeccionista, generosa, sabes captar los sentimientos de los demás y eres buena dando tu apoyo incondicional de amiga entregada, hermana mayor, hija modelo y nieta y sobrina adorable.

Vale, a veces dejas la habitación un poco destartalada y olvidas recoger tus rotuladores del salón. Para después prometerme que vas a limpiar y ordenar todo mañana. Y llega ese mañana y lo haces y te sale esa sonrisa de oreja a oreja cuando te digo que estoy orgullosa de ti. Crees que lo digo por la habitación, que también. Pero no. Te lo digo por todas esas veces que haces cosas extraordinarias y se me pone una sonrisa por dentro, mucho más grande que la de fuera.

Cuando ayudas a tu hermana con la ardua tarea de aprender las letras, le lees un cuento, preparas broches para tus amigos sobre Halloween, me haces un muñeco por mi cumpleaños, lloras porque crees que nunca vas a dibujar como papá, me abrazas cuando tengo un mal día, tenemos nuestras conversaciones antes de dormir, te superas una y otra vez en el cole, me enseñas tus coreografías de baile, me dices que de mayor quieres adoptar un niño o que te encantan los planes en familia. Por todo ello sonrío por dentro y fuera y me siento más ancha que larga de tenerte como hija.

Es todo un privilegio ser tu madre. Eres tan especial que no me lo creo. 

¡Felicidades princesa primera! 

Espero que te guste la sorpresa que tenemos reservada para ti. Mañana al Parque Warner, tu primera vez de verdad (porque la vez anterior tenías dos años) y la de tu hermana. 

Un besazo. Te quiero hasta el infinito y más.







sábado, 26 de octubre de 2013

Sábado de sensaciones: contrastes

Vuelvo a este sábado de sensaciones al que por causas ajenas a mi voluntad no pude asistir la edición anterior. 

Esta vez creía que tampoco porque no tengo muy buenas fotos desde que el verano decidió marcharse. Luego he pensado que tengo mucho material de esa estación que me encanta y que me da tanta pena haber dejado atrás. Así que, ¿por qué no publicar de nuevo sensaciones veraniegas? Una buena forma de no olvidarse del todo de los buenos momentos vividos. 

Para contrastar, una de las fotos no es de las vacaciones. Se trata de la ciudad de Grenoble, al sureste de Francia, en plenos Alpes. De ahora en adelante he de viajar a ese lugar a menudo por trabajo y quién sabe, lo mismo nos mudamos a vivir allí en el futuro. Fíjate bien al fondo, verás las montañas nevadas de Los Alpes.

¡Feliz sábado de sensaciones!

Urbana
Grenoble, Francia


Sonrisas

San Vicente de la Barquera, Cantabria



Instantes

Cementerio de Comillas, Cantabria





jueves, 24 de octubre de 2013

AZ de la maternidad. Contiene la ñ de morriña

Es la morriña esa añoranza de la tierra de uno, un sentimiento que sabe a mañana de otoño lluvioso y que se adueña de nuestra mente y nos lleva de viaje de vuelta a lugares que son sólo un sueño, pues ya no existen como tales más que en nuestra imaginación y nuestro pasado.

Es como un arañazo hecho con una hoja de papel, que no parece pero daña, y que nos transporta al lugar del que vinimos, el decorado que formó parte de nosotros desde el año en que nacimos y que que un día cualquiera dejó de hacerlo para empezar a echarnos de menos.

Es un deseo de querer regresar, de volver a tus orígenes, aliñado con un mucho de nostalgia y un poco de esa idealización que imprime la distancia física y temporal.

Yo nací lejos del lugar donde vivo desde hace 22 años. Cuando llegué no me atrevía siquiera a pensar en futuros domingos en familia aquí. Todo era provisional y sólo estaba aquí de paso. Mi Murcia querida, mis padres, mi novio de entonces, mi abuela, mis hermanos, mi familia al completo, mi sol... todo ello pesaba demasiado,  se me hacían nudos por todo el cuerpo al pasear por aquellas calles desconocidas, que olían tan extraño y parecían salidas de una añeja postal.

Con el tiempo, despacio, muy despacio, empecé a encariñarme con esta ciudad. Sus calles ya no me parecían tan grises e inhóspitas. Sus gentes me gustaban. Su cielo, sus colores, su ruido, su sabor. La morriña fue perdiendo protagonismo hasta el punto de que los veranos que pasaba allá empezaba a tener ganas de volver acá. Se habían invertido los papeles. Ahora Madrid me guiñaba el ojo al pasar y a mí me gustaba. Mucho.

Doce años después de mudarme a la capital del reino me convertí en madre. Momento en el que además, pasé verdaderamente a ser madrileña de pro. No fue cuando encontré a mi novio y después marido. No fue cuando me ceñí el cinturón de la hipoteca. No fue cuando me casé. Fue cuando en aquel quirófano del hospital Virgen del Mar escuché el llanto de mi pequeña mientras yo le hacía los coros.

Y en ese momento también fue cuando la morriña volvió a mi vida con una inusitada fuerza. Cuando eché de menos el calor de mi familia, de mi padre, de mi madre, de mis hermanos, mi abuela, mis tíos y primos, mi casa, mi pueblo, mi ciudad. Sí, mis padres estuvieron a mi lado durante el parto y los primeros días. Mis hermanos vinieron a verme un finde. Y ya. Hubo llamadas también. Y ya. Eché mucho en falta todo lo demás. Las visitas, las conversaciones largas con el café, los piropos a mi princesa, el poder presumir de ella por los lugares que me vieron crecer...

Sí, puede parecer extraño que me apeteciera todo eso, que tras doce largos años aquí de repente me pusiera ñoña con el tema. Puede ser, pero así ocurrió y tras un relajo de un tiempo, el sentimiento brotó de nuevo cuando llegó mi segunda retoña. Con menos fuerza quizá, menos fuerza fruto de la resignación y el desengaño a los que tuve que amoldarme sin remedio. Porque es imposible estar en dos sitios al mismo tiempo.

Y es posible, a pesar de que a primera vista no se diría, sentir una morriña bidireccional, oportunista, que se mueve entre la ñora y el madroño, enmarañándonos la vida y las emociones según sople el viento.




lunes, 21 de octubre de 2013

Momento musical relax

Hoy es el cumple de mi pequeña. Cinco años ya que parecen 7 por lo grande que se ha puesto y que parecen mentira por lo rápido que ha pasado el tiempo.

Cuando estábamos a punto de conocerla, en aquellos mágicos momentos que van de la asignación al juicio y después al encuentro, una querida amiga en la misma situación que nosotros nos envió esta canción y nos dijo que le gustaba escucharla en la espera porque le transmitía precisamente alegría, el título de la canción.

A mí me relajaba escucharla porque la sensación que  positivismo que me producía me hacía dejar de lado los nervios de la espera, que fueron muchos y muy intensos.

A disfrutarla.


domingo, 20 de octubre de 2013

El poeta y su mundo por Wislawa Szymborska



Ayer mi querida amiga Cris me regaló un libro de poemas: El gran número, Fin y principio y otros poemas de la premio Nobel Wislawa Szymborska. Debo confesar que no había leído nada de ella antes, como suele pasarme con todos los premios Nobel de Literatura. Me encantaría leer a todos, abarcarlo todo, sin embargo la vida no me alcanza o simplemente, yo no me organizo bien. Algo de eso hay.

Cuando me dio el libro me habló del famoso discurso que la poeta pronunció al recibir tan prestigioso galardón: "léelo", me dijo. Y yo, que soy muy obediente para con los amigos, lo hice.

El discurso, titulado El poeta y su mundo, está dedicado obviamente a los poetas y por ello pudiera parecer que no va a interesar ni ser de utilidad para la mayoría de la humanidad. Es el oficio de poeta algo como de otro tiempo, como de otros siglos. La poesía es algo que muy pocos leen y menos aún escriben, algo que no apetece leer porque se tiene la sensación de que es difícil de entender, de que te hace pensar, de que es algo para gente un poco rarita, solitaria y melancólica. Puede ser, podría ser. Yo, sin embargo, me siento como pez en el agua leyendo y escribiendo poesía, o lo que yo llamo poesía, siendo algo que sólo se le acerca, pues la poesía es el arte sublime de la literatura que muy pocos consiguen alcanzar con maestría. Y una está aún muy lejos de esos grandes maestros y me temo lo estará siempre.

Si se lee el discurso con atención, se aprecia, no obstante, que no sólo se puede aplicar a los poetas, sino que encierra un mensaje universal que todos y cada uno de nosotros podemos llevar a nuestras vidas. Y es que ese "no sé", ese afán por conocer y aprender y encontrar respuestas, ese don de la curiosidad, es algo que necesitamos para sentirnos vivos, crecer, evolucionar y, cómo no, ser felices. Sin eso, sin cuestionarnos nada, es imposible, bajo mi punto de vista, llegar al verdadero conocimiento y alcanzar la libertad. Y, más allá de anhelar tan altos objetivos, simplemente tampoco creo que sea posible conseguir el bienestar cotidiano, que es el que verdaderamente nos hace felices.

Sin más, os transcribo aquí el discurso (copiado del blog Buque de Arte), que es largo sí, y a la vez enriquecedor, inspirador y necesario.

"Se dice que en un discurso lo más difícil es siempre la primera frase... Pues ya la dije... Pero presiento que las que siguen van a ser igualmente difíciles, la tercera, la sexta, la décima, hasta la última, ya que debo hablar sobre poesía. Muy raras veces me he expresado acerca de este tema, casi nunca, y siempre con la convicción de que no lo hago muy bien. Por eso mi discurso no va a ser demasiado largo. Toda imperfección resulta más fácil de aguantar si se sirve en pequeñas dosis.


El poeta contemporáneo es escéptico y desconfía incluso -o más bien principalmente- de sí mismo. Con desgana confiesa públicamente que es poeta -como si se tratara de algo vergonzoso. En estos tiempos bulliciosos es más fácil que admitamos los vicios propios, con tal de causar efectos fuertes; mucho más difícil es reconocer las virtudes, ya que están escondidas más profundamente, y hasta uno mismo no cree tanto en ellas. En las encuestas o en los encuentros con amigos ocasionales, cuando el poeta se ve forzado a definir su profesión, acude al término genérico ``escritor'' o al de alguna otra profesión que adicionalmente ejerza. El empleado público o los eventuales compañeros de viaje reciben con cierta perplejidad e inquietud la noticia de que están tratando con un poeta. Sospecho que los filósofos también producen semejante inquietud. No obstante, ellos se encuentran en mejor situación, ya que generalmente pueden adornar su profesión con algún grado académico. Profesor de Filosofía -ya suena mucho más serio.

No existen profesores de poesía, lo que haría suponer que esta actividad requiere de estudios especializados, exámenes presentados en fechas precisas, disertaciones teóricas rematadas con bibliografía y notas y, finalmente, los diplomas recibidos con solemnidad. Todo esto, a su vez, significaría que para graduarse de poeta no bastarían las hojas de papel, aun cuando estuvieran llenas de excelentes versos, sino que se necesitaría, sobre todo, un papel con sello y firma. Recordemos que justamente ésta fue la razón por la que condenaron al destierro a Josef Brodsky, orgullo de la poesía rusa, quien más tarde fue galardonado con el Premio Nobel. A Brodsky se le clasificó como ``parásito'', por no contar con un certificado oficial que le permitiera ser poeta... Hace un par de años tuve el honor y la alegría de conocerlo en persona. Me di cuenta de que solamente a él, entre todos los poetas que he conocido, le gustaba llamarse a sí mismo ``poeta''; pronunciaba esta palabra sin conflictos internos y hasta con cierta desafiante desenvoltura. Pienso que se debía al recuerdo de las violentas humillaciones que sufrió en su juventud.

En países más dichosos, donde la dignidad humana no es transgredida tan fácilmente, los poetas, obviamente, quieren ser publicados, leídos y entendidos, pero ya no hacen nada o casi nada en su vida cotidiana para destacar entre la gente. Sin embargo, hace poco, en las primeras décadas de nuestro siglo, a los poetas les gustaba escandalizar con su ropa extravagante y con un comportamiento excéntrico. Aquellos no eran más que espectáculos para el público, ya que siempre tenía que llegar el momento en que el poeta cerraba la puerta, se quitaba toda esa parafernalia: capas y oropeles, y se detenía en el silencio, en espera de sí mismo frente a una hoja de papel en blanco, que en el fondo es lo único que importa.

Hay algo que resulta muy característico. Continuamente se filman películas biográficas sobre grandes científicos y artistas. La tarea de los directores más ambiciosos es mostrar en forma verosímil el proceso creativo que condujo a importantes descubrimientos científicos o a la creación de grandes obras de arte. Se puede, con aceptables resultados, mostrar el trabajo de algunos científicos: laboratorios, instrumentos diversos y aparatos puestos en marcha logran por unos momentos mantener la atención de los espectadores. Además, resultan muy dramáticas las escenas de suspenso, cuando un experimento repetido miles de veces logró dar finalmente, merced a una mínima modificación, con el resultado tan esperado. Espectaculares pueden ser las películas sobre pintores, ya que es posible reconstruir todas las fases de creación de un cuadro -desde la primera raya hasta la última pincelada. Las películas sobre los compositores se llenan con su música: desde los primeros compases, que el creador escucha en su interior, hasta la obra madura ya terminada y repartida entre varios instrumentos. Todo sigue siendo muy ingenuo y no dice nada sobre el extraño estado de ánimo que se conoce comúnmente como inspiración, pero por lo menos hay algo para ver y oír.

El peor de los casos es el de los poetas. Su trabajo resulta irremediablemente poco fotogénico. Uno permanece sentado a la mesa o acostado en un sofá, con la vista inmóvil, fija en un punto de la pared o en el techo; de vez en cuando escribe siete versos, de los cuales, después que transcurre un cuarto de hora, va a quitar uno y de nuevo pasa una hora en la que no ocurrirá nada_ ¿Qué clase de espectador podría soportar una cosa semejante?

He mencionado la inspiración. A la pregunta de qué cosa es, suponiendo que algo sea, los poetas contemporáneos responden de modo evasivo. Y no porque nunca hayan sentido los beneficios de este impulso interior, más bien se debe a otra causa: no es fácil explicar a los demás algo que ni siquiera se comprende bien.

Yo misma he evadido el asunto cuando me lo han preguntado. Y contesto lo siguiente: la inspiración no es privilegio exclusivo de los poetas ni de los artistas en general. Hay, hubo, habrá siempre un número de personas en quienes de vez en cuando se despierta la inspiración. A este grupo pertenecen los que escogen su trabajo y lo cumplen con amor e imaginación. Hay médicos así, hay maestros, hay también jardineros y centenares de oficios más. Su trabajo puede ser una aventura sin fin, a condición de que sepan encontrar en él nuevos desafíos cada vez. Sin importar los esfuerzos y fracasos, su inquietud no desfallece. De cada problema resuelto surge un enjambre de nuevas preguntas. La inspiración, cualquier cosa que sea, nace de un perpetuo ``no lo sé''.

La gente así es bastante escasa. La mayoría de los habitantes de esta tierra trabaja porque necesita conseguir los medios de subsistencia, trabaja porque no le queda de otra. No fueron ellos quienes por pasión escogieron su trabajo, son las circunstancias de la vida las que escogen por ellos. El trabajo mal querido, el trabajo que aburre, es respetado únicamente porque no resulta accesible para todos, y está situación constituye una de las más penosas desgracias humanas. No se vislumbra que los siglos venideros traigan un cambio feliz al respecto.

Así pues, tengo derecho a decir que aunque le estoy escamoteando a los poetas el monopolio de la inspiración, de cualquier manera los coloco en un grupo reducido de elegidos por la suerte.

En este punto pueden surgir ciertas dudas en los oyentes, si consideran que a los diversos verdugos, dictadores, fanáticos, demagogos que luchan por el poder con ayuda de un par de consignas gritadas en tono muy alto, también les gusta su trabajo y también lo llevan a cabo celosamente. Cierto, pero ellos sí ``saben''. Saben, y lo que saben una sola vez les basta para siempre. Ya no tienen curiosidad por saber más, puesto que podría debilitarse su fuerza de argumentación. De modo que cualquier tipo de saber del que no surgen preguntas muy pronto fenece, pierde la temperatura propicia para la vida. En casos extremos, como es bien conocido en la historia antigua y contemporánea, puede resultar mortalmente amenazador para las sociedades.

Por lo anterior, estimo altamente estas dos pequeñas palabras: ``no sé''. Pequeñas, pero dotadas de alas para el vuelo. Nos agrandan la vida hasta una dimensión que no cabe en nosotros mismos y hasta el tamaño en el que está suspendida nuestra Tierra diminuta. Si Isaac Newton no se hubiera dicho ``no sé'', las manzanas en su jardín podrían seguir cayendo como granizo, y él, en el mejor de los casos, solamente se inclinaría para recogerlas y comérselas. Si mi compatriota María Sklodowska-Curie no se hubiera dicho ``no sé'', probablemente se habría quedado como maestra de química en un colegio para señoritas de buena familia y en este trabajo, por otra parte muy decente, se le hubiera ido la vida. Pero siguió repitiéndose ``no sé'' y justo estas palabras la trajeron dos veces a Estocolmo, donde se otorgan los premios Nobel a personas de espíritu inquieto y en búsqueda constante.

También el poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente ``no sé''. Con cada verso intenta responder, pero en el momento en que pone el punto final, le asaltan las dudas y empieza a advertir que su respuesta es temporal y en ningún caso satisfactoria. Entonces prueba otra vez y otra vez, para que a las sucesivas muestras de su insatisfacción consigo mismo los historiadores de la literatura las sujeten con un clip enorme para denominarlas ``La Obra''.

A veces fantaseo con situaciones inverosímiles. Me imagino, por ejemplo, en mi osadía, que tengo la oportunidad platicar con Eclesiastés, autor de un lamento estremecedor sobre la vanidad de todas las empresas humanas. Me habría inclinado muy hondamente ante él, ya que es -por lo menos para mí- uno de los poetas más importantes. Pero luego lo habría cogido de la mano: ``Nada hay nuevo bajo el sol'', has escrito, Eclesiastés. Sin embargo, Tú mismo has nacido nuevo bajo el sol. Y el poema que has creado también es nuevo bajo el sol, ya que antes de Ti nadie lo había escrito. Y nuevos bajo el sol son tus lectores, puesto que los que vivieron antes que Tú no te podían leer. Y el ciprés, en cuya sombra te sentaste, no crece aquí desde el principio del mundo. Le dio origen otro ciprés, semejante al tuyo, pero no en todo igual. Y además te quisiera preguntar, Eclesiastés, ¿qué desearías escribir, ahora, de nuevo bajo el sol? ¿Algo con qué completar tus ideas, o tal vez tienes la tentación de negar algunas de ellas? En tu poema anterior concebiste también la alegría, y ¿qué hay del hecho de que resulte ser tan pasajera? ¿Tal vez sobre ella va a tratar tu nuevo poema bajo el sol? ¿Tienes ya algunos apuntes o primeros esbozos? Pues no dirás ``ya he escrito todo, no tengo nada que añadir''. Esto no lo puede decir ningún poeta, y mucho menos uno tan grande como Tú.

El mundo, a pesar de cualquier cosa que podamos pensar sobre él, espantados por su inmensidad y nuestra impotencia ante él, amargados por su indiferencia frente a los sufrimientos particulares de la gente, de los animales y tal vez de las plantas -ya que ¿de dónde proviene la certeza de que las plantas están libres de sufrimientos?-; a pesar de cualquier cosa que pensemos sobre sus espacios atravesados por la radiación de las estrellas, alrededor de las cuales se empieza a descubrir algunos planetas -¿ya muertos?, ¿todavía muertos?, no se sabe-; a pesar de cualquier cosa que pensáramos sobre este teatro inmenso, para el cual tenemos un billete de entrada pero su vigencia es ridículamente corta, limitada por dos fechas decisivas; a pesar de no sé qué cosa más que pudiéramos pensar sobre este mundo: es asombroso.

Pero en la expresión ``asombroso'' se esconde una trampa lógica. Nos causa asombro lo que sobresale de la norma conocida y comúnmente aceptada, de una obviedad a la cual estamos acostumbrados. Pues bien, un mundo así, obvio, no existe. Nuestro asombro es autónomo y no procede de ninguna comparación de ningún tipo.

De acuerdo, en el habla cotidiana, la cual no recapacita sobre cada palabra, usamos expresiones como ``la vida común'', ``los acontecimientos comunes''... Sin embargo, en la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo.

Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo."



© The Nobel Foundation

Traducción: Krystyna Libura y Arturo Viveros


miércoles, 9 de octubre de 2013

Happy Birthday baby!


¡Muchas felicidades maja! Hoy cumples 40 añitos. Mejor dicho 40 AÑOS.

Aunque tú no te sientas con "esa" edad, aunque te digan que no los aparentas, aunque ni tú misma te lo acabas de creer...Sí, son C-U-A-R-E-N-T-A. Porque cuando tenías 20 y pensabas en la gente de 40 veías personas muy mayores, con canas y arrugas y esas cosas de la edad madura. Con muchas obligaciones y ningún incentivo. Aburridas,  cansadas, sin alicientes para seguir viviendo. Sí, lo pensabas, reconócelo, ahora no me vengas con que tú jamás imaginaste tal cosa. Se te venían a la mente matrimonios de clausura, de esos que pasean o van a restaurantes pero sin hablarse ni mirarse. Y dejan pasar las horas de la noche con la tele puesta mientras roncan en el sofá. Cada uno en el suyo. No quieres reconocerlo porque ahora que acabas de terminar tus treinta, ves que tu vida no es ni de lejos tan negra como la pintabas. Más bien es multicolor, llena de incentivos, alicientes, motivaciones y esplendor.

Para empezar, físicamente estás mejor que hace diez años, momento en el que estabas a punto de dar a luz. O que hace cinco, en el que no ibas a dar la luz, pero conservabas ese cuerpo moldeado por la kárstica maternal. Vale, alguna arruguilla asoma y más canas de la cuenta, cierto, nada que no puedan arreglar una tarde completa en la pelu o una de esas cremas blur que he oído decir que te dejan niquelada, como si fueras la sempiterna modelo de la revista AR.



Y lo que es más importante, emocionalmente estás como nunca. Con esa paz y serenidad que dicen las famosas que te dan los años (a ellas se lo dan también los dólares, seamos francos). Te las has ganado a pulso en este tiempo, tras atragantarte con los sinsabores del camino, con los meandros (maternales y no tanto) que se te han ido imponiendo. Uno a uno, paso a paso, has ido sorteándolos todos y has salido victoriosa. No sin la inestimable ayuda de tu partneraire, todo sea de paso. Nadie dice que ya esté todo resuelto. Nunca se ha de bajar la guardia y siempre se sigue aprendiendo, creciendo y cambiando a mejor. Bueno siempre no, algunos y algunas caen por un terraplén y aterrizan en el lodo y, lo que es peor, les gusta y se quedan ahí, regodeándose en su miseria. No es tu caso. Día tras día intentas ser mejor. Mejor de lo que eras ayer, no mejor que los demás. Y, aunque tienes tus días de notesoportanadie, creo que lo vas consiguiendo.

Una de las mejores cosas que se te han ocurrido últimamente es abrir este blog. Porque te ha servido de excusa para escribir, lo que te pone de buen humor, sube tus niveles de serotonina y hasta te sube el guapo chica. Y, además, te ha permitido conocer a un montón de gente nueva y otras formas de escribir, otras experiencias que te han servido para ver las tuyas en perspectiva y para pasar buenos ratos de risas, y emociones varias. Y también, como culmen inesperado y extraordinario, te ha llevado a formar un nuevo grupo de amigas muy especiales. Tú, que a tus años ya pensabas que no ibas a entablar ninguna nueva relación de amistad de la buena. Pues hala, toma tres tazas. Todo empezó poco a poco, hace unos cuatro o cinco meses. Tras muchas confidencias, chascarrillos, mensajes de buenos días y feliz ídem, acompañados de desparrames varios, tanto de risas como de llantos y de apoyos incondicionales a todas y cada una cuando tenemos "unodeesosdias" o "unodeesosmemomentosterribles", puedo decir y digo, sin miedo a equivocarme, que realmente formas parte de un grupo extraordinario, un grupo de personas que, sin conocerse prácticamente de nada, ahora son capaces de saber lo que le pasa a cada una a través de un texto de tres palabras. Y esto, aunque parezca algo trivial, no sucede todos los días. Sí, seguro que las redes sociales y la mensajería instantánea fomentan la creación de grupos y el buenrollismo entre la gente. Lo que pasa es que esto no es exactamente eso. Es algo que va más allá. La conexión que se ha creado entre vosotras traspasa las conversaciones de máquina de café, cañas a media tarde o la sonrisa profident que todos parecen tener en Twitter.

Ohana le llamas, lo que significa familia en Hawaii, la familia que no surge de la sangre sino del alma. Como la del hilo rojo. Mucha gente no lo entiende y hasta le da la risa sólo de escucharos hablar. Que si eso ya estaba inventado, que si se llama tribu, manada o simplemente amistad 2.0. Que si formáis parte de no sé qué rollo masónico (¿o lo he entendido yo mal?). Y tú te ríes por dentro y piensas eso de "no lo entendéis porque no lo vivís" como piensan las madres cuando tratan de contar lo que sienten por sus hijos a una persona sin hijos que le mira con cara de "pasomildeloquemecuentas". Y te pones a lo tuyo, como siempre.

Sí, es verdad que con 40 años podías tener más dinero en el banco, un coche mejor, como algunos de tus amigos, una casa más bonita. En realidad sé que a ti eso te importa poco. Venga, va, seamos honestos, un pelín sí que te importa, sobre todo lo de la casa, ese ático que algún día tendrás. Y también sé que tienes mucho más de lo que esperabas tener cuando eras más joven. Una(s) familia(s) divina(s), una pareja excelente, amigos de lujo, un nuevo trabajo que acabas de estrenar y que podría ser por fin la oportunidad de tu vida, gente que lee este blog (y hasta le gusta)...

Y, lo que no es menos importante, un mucho mejor conocimiento de ti misma (gracias en gran parte a Olga) que te ha aportado fuerza, seguridad, motivación, ganas y una enorme ilusión. Que para sí quisieran muchos de 25.

Disfruta de tu día, a pesar de la distancia que hoy te separa de los tuyos. Sabes que lo celebrarás con creces después. Este año sí.

Por fin lo vas a festejar como te mereces.

Bon anniversaire!

domingo, 6 de octubre de 2013

Carta de una camiseta vieja

Querida Bego:

Hoy nos hemos vuelto a ver después de varios meses sin encontrarnos. Ha sido un instante fugaz, un visto y no visto, un encuentro apresurado, como una de esas citas rápidas de siete minutos a la que estuviste una vez tentada de apuntarte. Apenas me has mirado de reojo, me has tocado durante unos segundos, me has sacado de la caja y, después, tras titubear un pequeño lapso de tiempo, me has vuelto a dejar donde estaba.

Desde ya te lo digo. No puedo más. No soporto este desprecio absoluto que me profesas. La primera vez que decidiste no dejarme entrar en tu armario tras el verano de 2007 me sentí muy dolida. Lloré lo que no está escrito. Hasta el punto de que mis compis me dieron de lado y me pasé todo aquel invierno más sola que la una. Aburrida y despechada. Triste y enfadada. Sí, te guardé rencor durante mucho tiempo. Yo, que te quise tanto y te hice sentir como una diosa tantos días y noches de nuestra vida juntas. ¿Por qué me hacías eso? Me costó hacerme a la idea de tu carácter caprichoso y advenedizo, de tu gusto por la novedad y el estreno, algo que, como bien sabes, está muy mal visto en nuestros días.

Cuando llegó la crisis pensé que vendrías a rescatarme, de hecho, salvaste del ostracismo a algunas prendas que me juraste que jamás te volverías a poner. Pero nada. Hiciste como hoy, dejarme tirada.

Cuando adelgazaste pensé, ya está, ésta es la mía. Como ya no se te marcaban los michelines, creí, inocente de mí, que vendrías como loca a buscarme y que volveríamos a salir a la calle juntas a comernos el mundo. Pero nada chica, ni siquiera te dignaste a probarme.

Sé que no soy como la camisa de Chipie, que conservas desde la adolescencia por pura nostalgia. O como los vestiditos de bebé de tus hijas, a los que miras con ternura. Ni siquiera soy uno de esos vaqueros talla 36 que sigues guardando con la absurda esperanza de volver a lucirlos alguna vez. Que ya tienes una edad, hija mía. Lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible.

Así que, tras todos estos años pasados en la sombra, una vez superado el trauma de tus desprecios cada nueva temporada, quiero pedirte una última cosa. Creo que me lo debes maja, aunque sólo sea por esos ratos de diversión que compartimos cuando éramos jóvenes. Vale, MÁS jóvenes.

Quiero pedirte que me dejes marchar. Que me deposites en uno de esos contenedores de ropa de la calle. Me da igual que sea falso o no. Tan sólo quiero tener otra oportunidad, aquí o en cualquier otro sitio. Quiero volver a sentir que hago feliz a alguien. Quiero ver mundo, conocer otras gentes, revivir esa sensación de saberse querida. Y sexy.

Anda, qué te cuesta. Así, además, te dejo el hueco para que otra como yo dormite en el trastero y quede espacio en el armario para una prenda nueva. ¿A que ya empieza a gustarte la idea?

Deseando saber de ti.

Con cariño

Tu camiseta favorita de 2004

miércoles, 2 de octubre de 2013

Uno de esos días

Hoy es unodeesosdías tontos en los que la rutina te mata
En los que nada te consuela y todo se te hace un mundo
Sin que te haya ocurrido nada especial a lo que echar la culpa del desasosiego
Sin que intervengan las hormonas ni la mala suerte ni la lluvia
Sin que nadie te haya dicho algo feo 
ni hayas tenido que enfrentarte a grandes problemas
Sin que hayas reñido con alguien cercano o lejano

Hoy, como otras veces, vi venir que era unodeesosdías
En los que ni fu ni fa
En los que no apetece seguir en la rueda
En los que quieres olvidarte de todo
En los que no puedes olvidarte de nada

Sí, unodeesos días chungos
En los que saldrías corriendo
Gritarías por el balcón
Te meterías en la cama a las 9
Dejarías todo para mañana

O pasado

Te acurrucarías en la cama y dejarías pasar el tiempo
Sin hacer nada

De nada