miércoles, 27 de marzo de 2013

Hoy estoy triste

Hoy estoy de vacaciones, llevo ya cinco días. Esta noche me reencuentro con mi santo, que se ha quedado en Madrid currando. Estoy pasando unos momentos muy agradables y muy a gustico en casa de mis padres, viendo a parte de mi familia, en especial viendo a mis sobrinas. Me quedan aún 4,5 jornadas más de vacas. Por todo ello debería estar feliz y lo estaba. Hasta que dos grandes sombras han venido a fastidiar esta felicidad presupuesta.

Una de ellas fue ayer, cuando un niño de mi familia llamó negra y mora a mi hija negra que no mora. En principio no ha dicho nada malo, en todo caso, erróneo, pues mi hija es negra como el tizón, sí, sin embargo proviene del Cuerno de África y no de Marruecos. El problema no es lo que se dice sino el cómo se dice. Yo no estaba delante (gracias a Dios porque mi reacción hubiera sido imprevisible) pero sí estaban mi hija mayor y mi sobrina adolescente, y lo que es peor, estaba mi hija negra. El tono fue despectivo, acompañado de risitas del tipo "me estoy riendo de ti en tu cara". Aún estoy asumiéndolo y pensando cómo afrontarlo. No sé si hablar con sus padres. No sé si hablar con el niño ni qué decirle. Lo que sé es que, siguiendo el consejo de mi amiga Merce, hablaré con mi hija, para que ella me cuente lo que siente y para hacerle ver que no debe hacer caso a estupideces de ese estilo. A mí me parece realmente increíble que los niños no aprendan tolerancia e igualdad en el colegio. Me parece mucho más importante que aprender matemáticas.

El otro motivo por el que estoy muy triste es por lo que he leído hoy en el muro de Facebook de otra amiga, Encarni, una mamá de otra niña negra y etíope como la mía. Habla de un artículo escrito por el archiconocido escritor Juan José Millás, al que curiosamente empecé a seguir en Twitter el otro día. No es mi escritor favorito, sin embargo, me gustan algunas cosas que escribe. Excepto lo que se le ocurrió decir acerca de una foto de unos niños negros en unas cajas. Me parece vergonzoso e irresponsable que alguien de tal categoría, con capacidad de llegar a tantas personas, se permita el "lujo" de hablar sin pensar o, lo que es peor, lo piense y aún así, lo escriba. Encarni me ha dado permiso para reproducir su escrito, y allá voy. Millás por favor, supongo que no leerás mi blog pero, si en algún momento te llegara este post, te pido que recapacites y escribas algo para enmendar tu error.


A partir de ahora las palabras son de Encarni:

Ayer día lluvioso como los que estamos teniendo estas últimas semanas del mes de marzo, estuvimos pasando un "bonito día" con  varios amigos. dos de ellos que como yo son padres de niños adoptados. Cuando estábamos charlando en la larga y agradable sobremesa que nos pudimos dedicar mientras las tres pequeñajas jugaban sin "casi" molestar a los demás comensales, Teresa nos comentó que había leído un artículo en el "Dominicial del Domingo de El País" un artículo que la hizo temblar. A continuación os lo transcribo para que podáis leerlo.

Este artículo está firmado por Juan José Millás y dice así:
"Mercancías Perecederas. La misma caja de cartón que utilizamos usted y yo para recoger nuestras cosas cuando nos dan con la reforma laboral en la cabeza se utiliza como cuna en este orfanato de Bunia (Congo). No es, pues, que los niños de la foto estén a punto de ser facturados, aunque quizá también, sino que se les ha retratado en su hábitat y con sus pertenencias. La biografía de cualquiera de estas cajas es a veces más larga que la de los críos que las ocupan. Se diseñaron y fabricaron en uno de los cinturones industriales de cualquier país industrial de una gran ciudad. Destinadas a servir de embalaje para el transporte de las mercancías  más diversas (botellas de vino, mantas, antibióticos, televisores, aparatos microondas....), una vez cumplida esta tarea, y como nadie se atrave a desprenderse de ellas, comienzan a vivir una existencia propia, ajena a su primera función, que las conduce al fondo de un armario empotrado o al rincón de un garaje, donde devienen en continentes de los trastos y los afectos más variados, desde viejas fotografías y cartas familiares hasta libros enfermos de lepisma, pasando por objetos de uso estacional, como los portales de Belén y las figurillas del Nacimiento de Cristo. Con frecuencia llevan una vida más interesante de la que cabía imaginar cuando salieron de la troqueladora. En el caso que nos ocupa, y dado que los niños, en gran parte de este áspero mundo, poseen la misma consideración que las mercancías perecederas, estas tres cajas de cartón han recuperado su sentido original: el de meros contenedores de productos listos para su venta o adopción"
Seguro que muchos de vosotros os planteáis como no os he puesto el enlace del artículo, puesto que todos conocemos la rapidez del acceso y la utilidad de Internet para estos casos en vez de "transcribirlo" como se hacía hace bastantes años. Pues lo he hecho así porque muchas veces, exceptuando en los momentos en los que estoy muy interesado o bastante interesado, el tiempo disponible es esa otra cosa urgente que tienes que hacer y que no te permite mirar el enlace ahora y por lo tanto al dejarlo para más tarde no lo lees. Por ello la tecnología me da su permiso y os facilita a todos el acceso inmediato y en tiempo real del contenido del artículo.

Si os habéis fijado hay algunas palabras resaltadas en negrita, y al final la palabra ADOPCIÓN, la he resaltado en negrita y subrayado. Me gustaría saber si el autor de este artículo Juan José Millás ha pensado bien el matiz dado a esta última palabra que termina el mismo y que CIERRA el círculo de su lectura, o si por el contrario ha sido una manera de unirla a la palabra "VENTA" de forma arbitraria.

Leer el artículo encoje el alma, ver la foto más, pero pensar que en este artículo en el que la sola imagen desola, maltrata y sentencia, alguien ha dado un mismo sentido a dos palabras completamente antónimas como "Venta" y "ADOPCION" también  desola, maltrata y sentencia a todos nosotros que nos hemos planteado una manera de ser padres a través de la ADOPCIÓN de nuestros hijos, ante los que sentimos un amor sin fronteras, sin resquicios, sin peros y sin más motivaciones que la de ser padres de niños a los que no se les ha permitido su fundamental derecho de tener una familia. De ser padres de estos niños que no pueden elegir ni la cuna, ni los regalos de lo reyes magos ni tan siquiera el color de los ojos de sus cuidadores. De ser padres de estos niños que pasan días y días, meses y meses, años y años, sin más contacto que las personas que sin tiempo y sin conocimientos les satisfacen, a veces a medias, sus más básicas necesidades. De ser padres a los que se les niega el derecho inexistente de ser padres ante  ESE  DERECHO FUNDAMENTAL Y PROTEGIDO POR NUESTRAS LEYES DE TENER UNA FAMILIA en el que se demuestra que aunque se presente como última vía para dichas criaturas la ADOPCIÓN es la via para que ese derecho fundamental se respete.

Por lo tanto, por favor, desde aquí pido en mi nombre y en el de tantos padres adoptantes que conozco, que leo y que me gustaría conocer, que no hagan símiles, metáforas, comparaciones o ninguna otra  figura literaria con palabras tan dispares o antónimas,  como Venta o ADOPCIÓN. Porque las palabras mal interpetadas hacen mucho daño y la mala prensa, ya sabemos todos que Sentencia cuando todavía no hay ni caso para juzgar.

Gracias a todos los que leáis esta nota, y muchas gracias a todos los que entendáis el sentido de la misma.

Por último me gustaría decir al autor Juan José Millás, que por favor vuelva a pensar en la necesidad de finalizar el artículo como lo ha hecho.


lunes, 25 de marzo de 2013

La felicidad de las cosas diminutas

"Ser feliz" es un deseo que más o menos todos tenemos claro. Lo que no lo está tanto es qué hace feliz a cada uno o qué es la felicidad así en general. Decía la RAE en una edición anterior que felicidad era, entre otras cosas, un estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Menos mal que cambió este significado por el de "estado de grata satisfacción espiritual y física". Por lo menos a mí no me gusta ligar la felicidad a lo material. Es viejo el dicho ese de que el dinero no da la felicidad (también es verdad que ayuda bastante a conseguirla). Si fuera así, si sólo se nos permitiera alcanzar la felicidad por la posesión de cosas, sólo serían felices los de la lista Forbes y poco más. Y no es así afortunadamente.

Según el Happy Planet Index , un índice que trata de medir la felicidad del planeta, los ciudadanos más felices del mundo son los de Costa Rica, Vietnam y Colombia. ¿Sorprende? A priori uno cree que algo ha salido mal en esta medición. ¿No serían los países del norte de Europa los más happy? Pues resulta que si medimos la felicidad por baremos como la esperanza de vida, la percepción del bienestar y la huella ecológica las cuentas salen como salen. Para quien le interese, España está en el puesto 62.

Más allá de las estadísticas, existen tantos tipos de felicidad como millones de personas hay en el planeta, pues se trata de una sensación muy personal, muy del interior de cada uno. Es más, en contra de lo que parece, la felicidad no tiene nada que ver con los grandes acontecimientos de la vida. El día de tu boda puede ser un desastre total y sentirte mal y a disgusto, a pesar de casarte con la persona de tus sueños. En cambio, un martes cualquiera puedes vivir uno de los mejores momentos de tu existencia simplemente porque alguien te diga algo que te hacer sentir espléndida.

La semana pasada se celebró el día de la felicidad (¿celebraremos el día de la tristeza también?). Así que me ha dado por pensar sobre ello y repensar cuáles son esas cosas diminutas de la vida que me hacen feliz.

En realidad, la felicidad para mí no es algo compacto que se tenga o no se tenga y punto. La felicidad es algo formado de muchos cachitos felices por separado. Unos días vivimos más y otros menos. Otros ninguno. Aunque como creo firmemente que nosotros somos capaces de controlar esos cachos de felicidad, no deberíamos dejar de pasar un día sin vivir uno de ellos. Como dijo Abraham Lincoln, "la mayoría de las personas son tan felices como deciden serlo". Una vez leí en una revista de psicología que Leonor Watling decía: "la felicidad es comer bien y dormir mucho". En mi opinión la felicidad es mucho más que eso, sin embargo, sí es la base para tener la actitud abierta que se necesita para atrapar cachitos felices.

Felicidad es levantarse tarde los fines de semana, al menos un día, y/o dormir una siesta (mini o extra large). Desayunar como si estuvieras en un hotel, con mantel de tela incluido y cestas de mini bollería y panecillos, y mermeladas, y quesos, café y zumos. Salir a dar un largo paseo y sentir el sol en la cara, mientras escuchas musiquita o tu programa de radio favorito si vas solo, o charlas con quien lleves al lado (si estás en la playa y vas descalzo, es ya para morirse). Tomar el aperitivo, con la family o con amigos o con todos, ya sea en terraza o en barra, incluso en tu propia casa o de la de otros. Comer en casa en la mesa grande, junto a la ventana, con mucha luz alrededor y comidita rica de verdad, hecha sin prisas, despacito y con buena letra. O que te inviten los amigos a su casa, y llevar el vino y/o el postre y difrutar de una laaaaaaarga sobremesa (como la de este sábado pasado en Parla). Feliz me siento con el bocadillo de jamón de los viernes y con las fresas con nata. Con el periódico del sábado y el libro de cada noche.

Felicidad es ver reir como cosacas a tus hijas por una tontería que has dicho, o verlas jugar juntas sin discutir, o que te reciban con una sonrisa enorme cuando vas a recogerlas al cole. También es escuchar sus ocurrencias de cuatro años o sus preguntas existenciales de nueve. Que necesiten el beso de buenas noches tanto como tú. Es ver caminar a pasitos cortitos a mi sobrina de 16 meses con su cara de pícara.

También es felicidad el ratito del café en el curro, los chascarillos, los días que haces una entrega y te felicitan por ello. Que tu jefe te deje trabajar en casa un día. Que te cancelen una de esas reuniones soporíferas. Que el cliente te diga: "me encanta", que tu jefe te diga: "me encanta", que tus compañeros te digan "me encanta" (esto último es lo que más satisfacción produce). Felicidad es encontrar sitio para aparcar en la puerta de tu empresa.

Felicidad es llegar a casa y encontrarte la ropa planchada o la comida hecha, y si no, ponerte a hacerlo tú con la radio de fondo para que se haga más ameno. Arreglarte y mirarte al espejo y verte guapa. Ahorrar para poder comprarte un trapito y hacerlo. Tomar una coca cola bien fría una tarde de verano o un caldo calentito una mañana invernal en la sierra. Intentar copiar una receta de tu madre y que te salga bien. Tener la mesilla (habitación, cocina, salón, casa) ordenada y limpia. El olor del coche recién lavado. Acabar una sesión de pilates. Encontrarte cinco euros en un viejo bolso.  Reclamar y que te devuelvan el dinero.

Que le den al Me gusta en tu facebook o te hagan un retweet. Que te comenten en el blog. La felicidad es acabar un post.

La felicidad no está en el ayer o en el mañana. Sólo en el hoy. En las pequeñas cosas que nos hacen sentir grandes. Voy a ser feliz sólo por hoy, mañana ya veremos.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Jefes, jefazos y jefecillos

Dieciséis años. Esa es la edad que tengo laboralmente hablando, según me dice mi querida amiga la Seguridad Social, que es una de las pocas que me escribe cartas de papel.

Tanto tiempo da para mucho. Sobre todo a un culo, perdón, mente inquieta como la mía, que además ha sufrido la crisis de las punto com y que ha ido moviéndose de empresa en empresa hasta conseguir que el curriculum no quepa ya en sólo dos páginas, aunque ponga la letra a 9 puntos y rebaje el interlineado.

He vivido muchas experiencias. He conocido a mucha gente. He tenido muchos jefes. He sido yo misma jefa y jefecilla. He visto cosas que no creerías ;-)

Tanto que me daría para una de esas trilogías de moda (no pienses mal, no me refiero a las sombras de Grey). Y voy a empezar hablando de los jefes, esos seres incomprensibles e incomprendidos, que sean como sean, buenos o malos, guapos o feos, mujeres u hombres, super guays o viejunos, no se libran de ser criticados en la máquina del café, en las cenas de Navidad y en el chat. Dicen que cuando hablan de ti te pitan los oídos. Por eso los jefes están un poco tenientes, ¿te has dado cuenta de que muchas veces no te escuchan y ni siquiera te oyen? No es a mala fe. Deja de hablar de él o ella a sus espaldas y su capacidad auditiva mejorará enteros.

Así, en mi intensa y ecléctica vida profesional he alcanzado a distinguir un variado elenco de jefes, jefazos y jefecillos, o como ahora les gusta llamarse, Managers and Directors. Algunos por experiencia directa y otros por experiencia colateral. Ahí va un intento de lista. Te animo a completarla e incluso a tirarla abajo, siempre desde el humor y el buen rollo, no vayamos a hacer sangre pls, que todo esto es un poco broma y otro poco de exageración sureña:

> El faraón. Es un tipo bastante común. Se agazapa detrás de su despotismo desilustrado para esconderse de sus oscuras inseguridades. Manda mucho, lo manda todo (al menos en la oficina, de casa no me consta). Cuando tiene un buen día incluso te sonríe, para acto seguido gritarte por no hacer las cosas como dios (o sea él o ella) manda. Nunca te creas las barbaridades que dice sobre ti. En realidad se las dice a sí mismo. Eso sí, no veas cómo te fortalece tener uno de estos, sobre todo si es en uno de tus primeros curros. Y aprendes un huevo, no de ellos claro está, sino a base de empollarte el gestor documental de la empresa, darte de morros con la realidad y tener siempre google a mano. Es un jefe que curte.

> El pater paternalis. Este es el que te lleva de la mano y no soporta que tomes decisiones por ti mismo sin consultar. Le molaría que le pidieras permiso para ir al baño aunque le da un poco de vergüenza reconocerlo y te deja ir sin más. Cuando te habla sólo le falta pasarte la mano por el pelo y cuando sales a la calle te recuerda que te lleves el abrigo. Si vas de rebelde te reprocha lo mucho que hace por ti, dándote trabajo y dejándote usar la cafetera y la nevera de la ofi. La palabra delegar no le suena a chino, le suena a amárico (idioma etíope).

> El international. Le gusta mucho mezclar el inglés con el español y al principio esto impone, porque crees que es alguien sabio, con cultura, y que tú no vas a estar a la altura. Presume de conocer a la gente más VIP del mundo mundial porque estudió en la una de las Universities mejores del planeta. Piensas que vas a aprender mucho muchísimo a su lado. Con el tiempo te das cuenta de que habla inglés con acento "aznariano" y que en realidad no sabe tanto como aparenta. Y que le encanta enseñar tus ideas como suyas en ppts hechas por otro colega tuyo en sus horas libres.

> El colegui. Al igual que es un error intentar ser el mejor amigo de tu hijo, lo es intentar ser amigo de la gente que tienes a tu cargo. Estos jefes son abiertos, dan buen rollo, te cuentan su vida y te invitan a café. A veces incluso a su casa, no en plan rollo sexual, sino a conocer a su familia y enseñarte su colección de miniaturas de Stars Wars o su bodega chachipiruli. ¡Cuidado! No digo que no podáis ser amigos, pero mejor espera a cambiar de curro o a que cambie él/ella. Si no lo haces, cualquier día te llevarás un gran chasco. Hazme caso.

> El (casi) perfectum. Este es como el monstruo del Lago Ness o el abominable hombre de las nieves. ¿Leyenda o realidad?.  Me atrevo a decir que lo he visto pasar delante de mí en algunos momentos de mi vida. Lo reconocerás porque admiras su trabajo, que hace con sus propias manos de vez en cuando, porque flipas cuando le oyes hablando con los clientes o le ves resolviendo problemas sin pestañear. También porque sabe sacar lo mejor de ti, te motiva y es capaz de convencerte de que los marrones son auténticos retos. Y dices: "de mayor quiero ser como él/ella". Sin embargo, el jefe perfectum tiene sus días. A veces les descubres en algún renuncio. Como dijo Osgood a Jerry en "Con faldas y a lo loco", !nadie es perfecto!

> El comme ci comme ça. Es blandito y amoroso, como mimosín. Crees que nunca mataría a una mosca y mucho menos te hablaría mal o te gritaría. Cuando te dice algo negativo es él que que llora porque le duele de verdad. Pero no pienses que va a sacar la cara por ti o va a ayudarte a resolver conflictos. Con este tipo de jefe te sentirás relajado, querido, feliz, siempre que las cosas marchen bien. Cuando estalle la tormenta, o llevas tu propio paraguas o te calas hasta los huesos.

> El pasota. Con este vas a tener tanta libertad para trabajar que acabarás pidiendo a gritos a un paternalis. Incluso a un faraón. A veces uno necesita una brújula para saber por dónde tirar. A veces uno necesita que su jefe le conozca un poco antes de la evaluación anual del desempeño. A veces uno necesita que le mimen y que le doren la píldora. No creo que sea para tanto lo que pedimos.

> El mezcladito. Este es el que más abunda pues se trata de un tipo que tiene una pizca de aquí y otra de allá. A primera vista parece el mejor. Una vez que le pillas. Porque hasta entonces vas a sufrir de lo lindo hasta descubrir todos sus recovecos. Como toda personalidad, tendrá algún aspecto dominante. Descúbrelo y adáptate. Te irá mejor.

Y me queda el más grande de todos, el jefe propio o propio jefe. El autónomo. Es una persona implacable consigo misma. No se concede descansos, ni se permite enfermar o coger vacaciones. Tanto es así que se confunde con el adicto al trabajo. Nada más lejos de la realidad. No sueña con ganar mucho dinero o montar un chiringuito en la playa. Sueña con tener una mañana libre para no hacer NADA, sin sentirse culpable o con que de repente todos sus clientes le paguen pronto. Bueno, no. Sueñan con que le paguen. Y punto.

Y yo, que he sido jefecilla a tiempo parcial, ¿cómo soy? Buf, esta es la típica pregunta de entrevista de trabajo en la que dices algo así: mi estilo de liderazgo es abierto y participativo y trata de potenciar las fortalezas de cada persona por separado para impulsar el trabajo en equipo y desplegar un ambiente de trabajo estimulante y motivador. Todos tenemos sueños.

La verdad es que ser jefe es bastante duro. Rectifico. Ser un buen jefe es bastante duro. Y creo que a todos, jefes y subordinados (¿habrá palabra más fea?) nos iría mucho mejor si nos pusiéramos en el lugar del otro a menudo y dejáramos a un lado el ego, las paranoias, y las tonterías.

Cada uno en su sitio, eso sí, no vayamos a ponernos tiernos y a hacernos amiguitos de Facebook. Eso nunca, por lo que más quieras.

martes, 19 de marzo de 2013

Los padres también lloran

Como hoy es el día que es, no podía dejar pasar la oportunidad de escribir sobre ellos.

Los padres.

Esos seres mitad superhéroes, cuarto mitad niños, y el otro cuarto a elegir, que nos hacen la vida tan fácil a veces, tan difícil otras, dependiendo de tantos factores como humanos pueblan la tierra. O sea millones de veces y más.

Es inevitable que piense, como en el post anterior en los padres de antes (PA) y los padres de hoy (PH), taaaaannnn distintos los unos de los otros. Yo tengo la enorme suerte de contar con uno de estos PH como padre de mis hijas y con uno de estos PA como mi propio padre.

Vayamos con la comparativa:

> Los PH cada vez se ven más, son más visibles, no porque haya más, que me parece que hay menos, sino porque antes era difícil verles llevando un bebé en su carrito, tirándose por el tobogán, en el cole recogiendo a sus hijos o, ya no digamos, llevándoles en una mochila (me encantan los hombres que llevan bebés en la mochila!). Antes los padres iban sin su prole a la mayoría de los sitios, a no ser que fuera domingo en la vuelta familiar de rigor, en la que mamá estaba incluida. Aysss, qué recuerdos de domingos viendo los escaparates de El Corte Inglés con mi madre mientras mi padre estaba viendo al Murcia en el estadio...

> Los PH cambian pañales (sí, suegro, tu hijo cambió pañales a tutiplén aunque te siga sorprendiendo que los hombres sepan hacer "eso"). Los PA no se enteraron del cambio del pañal de tela al dodotis. Ni falta que les hacía.

> Los PH se toman jornadas reducidas (sí, haberlos haylos) y parte del permiso de maternidad (cada vez más). Los PA no tenían esta opción, aunque, ¿os imagináis a vuestro padre pidiendo a su jefe una reducción de jornada en los 70-80? Ja.

> Los PA decían eso de "cuando seas padre, comerás huevos". Ahora los que comen huevos son los hijos de los PH.

> Los PH van a los coles, a los pediatras, a los parques y a la compra con los niños metidos en el carro del super. Los PA iban al fútbol, al bar a jugar a las cartas y al salón de su casa a ver...esto... el fútbol.

> Los PH dan bibes (y los preparan) y saben cocinar, unos mejor que otros, pero se defienden. Tú dejabas a un PA de rodríguez y le veías todos los días comiendo y cenando de menú o con la cocina a reventar de tuppers usados y platos sin fregar.

> Los PH se tiran al suelo a jugar no sólo el día de Reyes. Los PA se tiraban al suelo como mucho el día de Reyes y para montar el scalextric de turno (en las casa en las que había de eso).

> Los PA no contaban cuentos tampoco ni hacían contigo los deberes. En esto se parecían a las MA. Los PH se mojan en esto también, lo cual les hace "más mejores".

> Los PA no lloraban mucho, al menos en público y con lagrimones. Estaba mal visto, ya sabéis. Los PH lloran como cosacos en las salas de parto, en las casas cuna cuando recogen a sus hijos adoptivos, cuando dicen su primera palabra, cuando dan sus primeros pasos, en su primera graduación en la guarde, en su segunda graduación en infantil, en los bailes de fin de curso, etc, etc. Ellos disimulan y vuelven la cara, pero yo les he visto, los he pillado in fraganti, a mí no me engañan.

Llegados a este punto, te preguntarás, ¿por qué dices que tienes la suerte de tener un PA en tu vida? Parece que los PA no molaban nada, ¿no? En cambio, yo tengo recuerdos preciosos de mi padre, aún cuando era un PA de libro y cumplía todos y cada uno de los puntos de esta lista.

Molaba cuando venía a darme un beso de buenas noches y le contaba algo bueno que me había pasado en el día o algo malo, y él siempre me daba ánimos y me decía algo valioso a cambio. Molaba cuando me daba un beso al llegar de trabajar (qué disgusto cuando dejó de hacerlo al llegar a la adolescencia). Molaba que traía churros todos los domingos (y los churros de mi pueblo son los mejores del mundo mundial, palabra). Molaba cuando venía de compras con mi madre y conmigo y me dejaba llevarme todo lo que me gustaba (esto empezó a pasar tarde, a partir de los 13-14 años y él siempre se quedaba en la puerta de las tiendas hasta que llegaba la hora de pagar). Molaba porque me dejó venir a Madrid a estudiar con 17 años a pesar de haberse negado rotundamente a que sus hijos se marcharan de su lado. Molaba porque cuando estaba él sentía que nada malo iba a ocurrirme. Y mola ahora, porque aquí sigue, al pie del cañón, más padre que nunca porque además es abuelo, y tiene a sus nietas cameladas. Ellas le adoran tanto o más que yo.

Tú sí que vales papi. Aunque no leas este blog.

¡Feliz día del padre a todos los papás (y las mamis monoparentales que son también padrazas)!

...

viernes, 15 de marzo de 2013

Música de viernes

Hoy no voy a escribir.

Hoy mejor bailamos...


Bailamos otra vez...



O simplemente escuchamos...



Buen finde!

miércoles, 13 de marzo de 2013

Esas cosas tan diferentes que tenemos las madres de hoy

Ayer por fin me armé de valor y me puse a coser el roto del anorak de Lucía. Me espanta coser. Desde bien chiquitica. Mi asignatura odiosa del cole era pretecnología. Ahora que caigo, PRE-TECNOLOGÍA, jajaja, no lo había pensado nunca. Era eso que estudiábamos antes de la era de la tecnología ;-)

Pues eso, anoche sufrí mucho. Primero enhebrando la aguja. Diez minutos empeñada en meter ese hilo por ese ¿agujero? del demonio, empeñada en no cortar el extremo con las tijeras para que fuera más fácil. Tengo alma de sufridora. Luego estuve unos quince minutos intentando arreglar el descosido de una forma elegante, que es como mi madre decía que se tenía que hacer: "coser sin dedal es de marranas". Nunca entendí esta frase. El resultado fue que me pinché 200 veces, con dedal incluido, y me salió un churro de costura. Menos mal que todo es de color azul marino y casi no se aprecia.

A pesar de todo me sentí orgullosa y satisfecha por el deber cumplido. Y por ser fiel a una de las máximas de la república independiente de mi casa desde que empezó la crisis:  "intenta arreglar lo que esté roto antes de tirarlo y comprar uno nuevo".

Y en estas estaba que se me ocurrió hacer otra de mis listas. Esta vez con las diferencias entre las madres de antes y las madres de hoy día. Cuánto me acuerdo de mi madre cuando me decido a coger el costurero de lo alto de la estantería:

> Las madres de antes (M.A) cosían dobladillos y descosidos de forma perfecta y hasta "aseguraban" los botones cuando comprabas la ropa antes de estrenarla. Las madres de hoy (M:H) o vamos a la "retucherí", o se lo damos a nuestras propias madres o nos aguantamos sin botones durante meses. Siempre hay excepciones de madres de hoy que cosen, que son mis ídolas, como M.

> Las MA cocinaban todos los días y (casi) todas las noches platos maravillosos con productos frescos que sabían a gloria. Las MH vamos a la compra como locas. A horas intempestivas a veces, entre la salida del trabajo y la del cole. Es tener media hora libre y aprovechamos para pasar por el Ahorramás. Sabemos que esas bandejas de platos preparados no son sanas y hasta pueden llevar carne de caballo o cosas peores. Aun así a veces las metemos al carro cerrando los ojos. ¿Y quién no va de vez en cuando a la hamburguesería más cercana a llevarse unos menús que solucionen una aburrida cena de lunes? Las MA no lo hicieron jamás.

> Las MA no iban al gimnasio. Ya tenían bastante con hacer todas sus labores del hogar, ir andando a la compra y a por los niños al cole. Y si trabajaban fuera de casa como unas pocas que me sé, acababan exhaustas, porque entonces no existía eso del reparto de tareas. La mayoría no tenían coche ni carné. Por eso tampoco decían tacos. Las MH afortunadamente vamos motorizadas y asustamos a nuestros hijos cuando despotricamos al volante. Pagamos el gimnasio religiosamente. Y a veces, vamos.

> Las MH (y algún PH que otro) sacamos fuerzas de debajo de las piedras para, una vez hechas papilla tras la larga doble jornada en la oficina y en casa, leer un cuento a nuestros retoños. En la época de las MA apenas se editaban cuentos infantiles, la mayoría eran de princesas y lobos y se lo leían los niños a sí mismos cuando aprendían a leer a los cinco años.

> Alguna vez he escuchado esto de una MA: "si estás aburrido, date con una piedra en la espinilla". Las MH no permiten que sus hijos se aburran. Las hay muy creativas que inventan mil y un juegos para entretener a sus polluelos. Otras buscamos ideas en internet. Y si no tenemos internet a mano, ni fuerzas para hacernos cosquillas (juego socorrido donde los haya), el bendito Bob Esponja viene en nuestra ayuda.

> Las MA iban a la pelu todas las semanas. Volvían con la cabeza el triple de grande y con un olor a laca Nelly que tiraba de espaldas. Las MH vamos cuando ya no nos queda otra, cuando las raíces se ven a kilómetros o las puntas quebradas nos llegan a la mitad de la melena. Y salimos de allí muy cabreadas porque nos han cortado de más y nos han dejado la cuenta en menos algo.

> Las MA llevaban vestidos pre-mamá horrorosos, parían con dolor o, si no podían, adoptaban con vergüenza. Las MH presumen de tripón con vestiditos ajustados (yo no me atreví), parimos con mucho menos dolor o mínimo, y si decidimos adoptar lo hacemos con orgullo y alegría (y sufrimiento, porque adoptar es un proceso que duele tanto o más que un embarazo). Aprovecho para animar a todas esa mamás y papás que están pasando por la angustiosa espera de la adopción y que están perdiendo las fuerzas por la enorme dilatación de los procesos en la actualidad.

> Las MA no se sentaban a hacer los deberes con sus hijos ni de broma. Tampoco los PA. Muchas veces porque no sabían más que las cuatro reglas los pobres. Las MH les hacen hasta los trabajos de Science sobre los volcanes y los ecosistemas. Los profes deberían plantearse ponerles notas a los padres o abuelos aparte de a sus hijos.

> Las MA querían mucho a sus hijos aunque les tirarán la zapatilla de vez en cuando. Las MH queremos mucho a nuestros hijos, a pesar de que a veces les mimamos mucho más de lo que deberíamos y les pasamos por alto cosas que las MA nunca hubieran dejado sin un cachete "bien dao".

Como siempre, estoy generalizando y exagerando, y no tengo ni poca ni mucha razón en ninguna de mis afirmaciones.

domingo, 10 de marzo de 2013

Juegos de la infancia

Ayer jugué por primera vez al Cluedo. Me llamaréis rarita por eso. "¿Y tú qué infancia has tenido?". Me llegan las voces...



La verdad es que mi infancia fue un poco escasa de recursos, por llamarlo de alguna manera. Ahora sé cosas que entonces no sabía. Como que mis padres no tenían un duro en aquellos 70 y primeros de los 80, que me río yo de la crisis de ahora (bueno, no me río, porque esta crisis se ha llevado para'lante mucha economía, la de mis padres incluida). Y lamentaba mi mala suerte por no tener dinero para comprar golosinas en el kiosko de La Chica (una señora con más años que matusalén a la que apodaron así desde que era realmente "chica") que estaba de camino a mi cole de monjas, al que iba cada día andando con una amiga. Cada día caminábamos un kilómetro de ida y otro de vuelta, desde que yo tenía seis o siete años. Entonces no hacía había doble fila a la puerta de mi cole. Simplemente no había madres con carné, porque eran las madres las que llevaban a sus hijos al asilo, nombre por el que también se conocía a mi cole de monjas, pues durante años alojó en sus dependencias un mini asilo de ancianos. No había madres motorizadas excepto la madre de Mamen y poco más, que cada día subía su super coche familiar a la acera para dejar a su prole. Mi compañera de viaje a la escuela sí que tenía pasta para comprarse guarrerías, y yo la miraba con envidia mientras devoraba sus nubes y sus regalices sin decir un mísero "¿quieres?". No recuerdo que lo dijera nunca. Vete a saber. La memoria es caprichosa. Lo mismo no quiero acordarme.


Que me desvío, había venido aquí a hablar de mis juegos? Pues eso, que como en mi casa no había dineros, me divertía  únicamente con mi apreciado Monopoly (que me parecía lo más de lo más pero realmente era un auténtico tostón) y los juegos reunidos Geyper. A propósito de ello, ¿alguien consiguió jugar a algo más aparte del parchís y la oca? . Además jugaba a los juegos de los demás, mis primos y mis amigos, que tampoco es que nadaran en la abundancia.


Aparte, vamos a ser sinceros, entonces lo que molaba era salir a la calle y hincharte a saltar a la comba y al elástico (goma para los de Madrid) o jugar a las Nancys o al pille o al escondite. Como encima en Murcia hacia siempre un sol espléndido y nada de frío, ¿para qué íbamos a encerrarnos en casa de nadie con lo bien que se estaba fuera? Además, antes no se podía ir a jugar a las casas de otros, que se manchaban y las madres entraban en cólera. Qué pena me da que mis hijas ahora no tengan esta opción de jugar en la calle (y de paso no poner la casa patas arriba cada vez que vienen invitados) o la tengan pero supeditada a : 1/ que un adulto las acompañe, 2/ que no llueva o haga un frío de muerte, 3/ que a ese adulto no le den sarpullidos al oir hablar del parque.

Ayer llovía, como lleva haciéndolo por Madrid toda la semana pasada y se espera que ésta. Así que, como los Reyes Magos le dejaron a Lucía un Cluedo, aprovechamos para disfrutar como enanos descubriendo asesinos, armas y lugares del crimen. Desde que le dieron el regalo hace siete días (fueron unos reyes de efecto retardado) nos ha estado pidiendo que jugáramos con ella. Me resistía, más que nada porque siempre lo pide a las horas y días más poco apropiados, veáse un martes a las 8 de la tarde y cosas así. Así que le prometí que del domingo no pasaba

Y luego me alegré mucho del rato que pasamos. En realidad me encantan estos juegos de toda la vida aunque a veces sea reacia a reconocerlo. Es como volver a ser un niño sólo que "más mejor". No me pongo a saltar al elástico porque una ya no tiene los huesos para fiestas. Que si no...

P.E. (pregunta existencial) ¿por qué la gente nunca responde a la totalidad de los correos que le envías sino sólo a una parte? curioso...

sábado, 9 de marzo de 2013

Cosas que da mucha pereza hacer y que luego te mola haber hecho

Seguro que cada cual tiene su lista de ese tipo de cosas que te dan una pereza horrorosa y que luego, si las haces, te sientes estupendamente, aunque sólo sea por el gran logro de haber vencido a la apatía, una de las peores enemigas de la vida.

Ahí va mi aportación personal a tan interesante (a la par que prescindible) temática:

1. Recoger la cocina por la noche. Cuando ya llega el final del día, estás agotado, deseando pillar el sofá para tumbarte a la bartola a leer o ver una peli o una serie, o a jugar al apalabrados, o a navegar de forma absurda por internet, mirando twitter o facebook...menudo perezón ponerse a fregar y a limpiar la vitro... Y lo a gustito que te sientes al día siguiente, cuando llegas con el ojo pegado a desayunar y tu cocina está limpita y ordenada... ¡eso no tiene precio!

2. Cocinar la comida del día siguiente, para llevar el tupper a la oficina. Qué bajón, después de haber hecho el enorme esfuerzo de preparar la cena, te toca además currarte la comida... Eso si no tienes la suerte de expoliar la cocina de tu madre/suegra o dinero suficiente para comer todos los días de menú, como los señores de traje. Y yo estoy en ambos casos. No tengo ni lo uno ni lo otro. Lo mejor es cuando te ha sobrado comida el finde y la has congelado sabiamente. Luego se agradece esa comida casera que sustituye al bocata de la cafetería del curro. Reconozco que es para nota, de verdad.

3. Ducharse por las mañanas. Es un horror, sobre todo en invierno, cuando sales del calorcito del edredón de ikea al frío suelo de la ducha, cuando todavía no ha dado tiempo a que la calefacción haga de tu casa un hogar. Y para eso si tienes problemas con la caldera como los que una servidora tuvo el año pasado y el agua sale tan fría como la de las piscinas heladas de los hamman. Una vez empiezas a sentir el agua calentita y eso, todo cambia, comienzas a despertarte y piensas que te quedarías ahí todo el día si pudieras.

4. Ir al super...creo que esto es lo peor de todo. Estoy segura de que yo me lo monto mal. No puede ser que siempre vaya con prisas, que siempre tarde horas en hacerla y que siempre me deje cosas importantísimas que comprar...y que cada día me parezcan los precios más altos. Eso sí, me encanta abrir la nevera y que esté llena a rebosar. Y tener cerveza, coca colas, tomates, embutidos recién cortados y chocolate. Lo primero que se acaba en casa. He de decir que muchas veces compro por internet, lo que pasa es que no es lo mismo, mola más hacer la compra en vivo, tocar el género, parlamentar con la pescadera y disfrutar con la fauna que te encuentras en estos templos del consumo.

5. Quedar un viernes por la noche en el centro de Madrid e ir en metro. Me encanta ir al centro y me encanta quedar con amigos allí. Solo que algunos viernes me apetece mucho más quedarme en mi sofá con la mantita y un capítulo de alguna de mis series favoritas junto a mi santo (Modern family, How I met your mother?, Breaking Bad, Girls...). El viaje en metro me cuesta hora y media más o menos...luego además hay que volver cuando estás en lo mejor... porque el metro cierra y no está el patio para taxis. Cuando llego a casa me arrepiento de haber estado a punto de llamar para anular la cita, porque lo paso fenomenal y desconecto un montón.

6. Lavar el coche. Reconozco que no soy de esos frikies de la limpieza automovilística y que tengo un poco descuidado a mi pequeño gran vehículo por falta de tiempo y demás. En realidad es un tema no prioritario en mi vida. Hasta que un día empieza a darme vergüenza y me dirijo de repente al autolavado o a algún sitio donde te lo lavan a mano, que lo prefiero. Y salgo de allí tan contenta, con el coche oliendo a limpio, tan mono. Y me digo que voy a empezar a ir más a menudo a estos sitios...

7. Ir a nadar/pilates/andar. Salir del trabajo e irte a hacer deporte, o hacerlo a las 7 de la mañana, o levantarte pronto el finde para ir a la piscina. ¿Estamos locos? Debo estarlo sí, porque a pesar de ser una de las cosas que más pereza me dan, hago deporte regularmente. Eso sí, me ayuda que el pilates lo tengo debajo de casa porque si no, más de un día haría pellas. Y lo bien que una se siente al salir de la clase o de la piscina...

8. Ordenar los armarios. Aquí no necesito explicar nada más. Es una cosa muy desagradecida porque aunque nada más acabar te encanta el resultado, te frustras a las dos horas, y eso con suerte, cuando ves cómo tus hijas vuelven a desordenarlo sin ningún miramiento hacia tu persona.

9. Ir a un cumple infantil sin conocer a los padres/ madres de los otros niños. ¿Y de qué hablaremos? ¿Me caerán bien? ¿Les caeré bien? Casi mejor la dejo allí y me voy y luego vuelvo. La verdad es que tenemos muy buenos amigos por no hacer eso, por aguantar y quedarnos en los cumples de los amigos de L. A ver qué pasa con L.E. Espero que algo parecido.

10. Ir a la pelu. Pereza por tener que pasar allí toda una mañana o tarde ( como voy poco, cuando voy necesito hacerme de todo). Pereza por tener que escuchar las criticas que se hacen las compañeras entre ellas, como si tú no estuvieras delante, la que te toca a ti siempre es mejor que la que te tocó la vez anterior. Palabra de la que te ha tocado esta vez. Pereza porque a veces te dejan fatal y no sabes cómo disimularlo. Y pereza por el pastón que te dejas. Lo mejor es el sillón de masaje que tiene mi último descubrimiento en estilismo. Y empollarte las revistas del corazón. Y ese ratito de libertad...


jueves, 7 de marzo de 2013

One Woman

Mañana es el día de la mujer trabajadora. De nuevo volveré a escuchar la típica cantinela transnochada de que para qué se celebra el día de la mujer y por qué no del hombre (¿encima quieren que haya un día del hombre?), que si hoy en día esto ya no tiene sentido, que nos quejamos de vicio y bla, bla, bla.

No hace falta irse a India o Arabia Saudí o México o cualquier país de África, por nombrar sólo algunas zonas donde las mujeres lo pasan peor, para comprobar cuánto falta todavía por hacer en el tema de los derechos de la mujer en el mundo. Hay lugares en los que se hace mucho más visible que queda un largo camino por recorrer para conseguir una igualdad real de derechos y deberes (que no de otras cosas) entre féminas y varones, sitios en los que las cifras de violencia hacia la mujer son escandalosamente altas, las tasas de alfabetización femeninas son tremedamente bajas y los atropellos a la dignidad y la libertad de las mujeres son espectacularmente alarmantes.

Esos son los motivos más importantes que nos mueven a las mujeres a celebrar el día 8 de marzo. Pero no son los únicos. Aquí mismo, en nuestro querido país, existen casos de violencia machista, que es lo más grave, y además, nos encontramos con todo esto:

> Los consejos de administración de las grandes empresas sólo tienen un ínfimo porcentaje de mujeres (12,75%) entre sus honorables miembros. Pero no hay que irse a los consejos, basta mirar los organigramas de las grandes empresas para comprobar cómo hay pocas Directoras Financieras o de Logística o Directoras Generales y alguna que otra Directora de RRHH o de Marketing. Encima, leo esta mañana que el número de mujeres que ocupan puestos directivos se ha reducido a la mitad desde 2008, pasando de un 19,5% a un 10,3% en enero de 2013.
> La mayoría de reducciones de jornada las toman las mujeres (más del 90%) y muchas de ellas lo hacen a costa de renunciar a progresar en su carrera.
> Los sueldos de ellas son entre un 10 y un 20% más bajos que los de ellos.
> Nosotras tenemos que aguantar frases del tipo: "con una niña de 1 año creo que este puesto te viene grande" en las entrevistas de trabajo (experiencia propia) o "con esas faldas que traes a la oficina me despistas al personal" (experiencia cercana) y estupideces por el estilo.
> Podría seguir pero me pongo de mal humor.

Por todo ello, SÍ es necesario celebrar el día 8 de marzo, es necesario reivindicar la igualdad y dar voz a todas las mujeres no libres que al fin y al cabo somos todas, ya lo dije una vez.

Y por eso me gusta esta iniciativa de la ONU, One woman.



Se trata de una canción, que podrá escucharse mañana, en la que participan cantantes y músicos procedentes de todo el mundo, desde China a Costa Rica, desde Malí a Malasia, incluida España (Concha Buika en la foto) . Mujeres y hombres, los cuales importan mucho en este camino hacia ese mundo ideal de igualdad, que tratan de divulgar un mensaje de unidad y solidaridad: somos “One Woman”, una sola mujer.

Como dice la canción, “We shall shine!”, nos espera un futuro radiante. Desde la web One woman nos animan a unirnos a ella y yo, desde este pequeño rincón, me uno.

¡Feliz día de la mujer (trabajadora o no)!



lunes, 4 de marzo de 2013

La importancia de las apariencias

Se suponía que se tenían que ver a menudo. Se suponía. Porque realmente a ninguno de ellos le apetecía mucho ver a los demás y viceversa. Así que aprovecharon las circunstancias de la crisis, los fallos tecnológicos y el frío invierno para verse lo menos posible. Cuando parecía que ya no quedaban excusas para prolongar la ausencia de los otros en su vida, quedaron para hacerse presentes. Y se vieron. Se miraron, miraron a los niños, se volvieron a mirar y uno de ellos preguntó tímidamente "¿qué tal os va la vida?". "Bien, bien" dijeron al unísono sin dar más detalles. No hubo ni siquiera una pregunta de cortesía en sentido contrario. Un "¿Y qué tal vosotros?" quedó en el limbo de las cosas_que_nunca_se_preguntan_no_vaya_a_ser_que_me_respondan. Menos mal que los niños siempre dan tema de conversación. Menos mal que tenían la crisis (que un señor muy importante dice hoy en un periódico que durará diez años más), la Casa Real, la corrupción general o la emigración del talento español para charlar un rato sin tener que hablar de nada. Así todo quedaba como estaba. Así se evitaban esos temas tan poco elegantes, con tan poco glamour, que no es aconsejable traer a colación en escenarios tan distinguidos. Así todo seguiría pareciendo aparentemente normal. Aparentemente bien. Aparentemente aparente.

PD. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

domingo, 3 de marzo de 2013

"Balls-Touchers"

Hace poco leí algo así como que hay muchos padres (y madres) "balls-touchers" o "eggs-touchers". Lo digo en spanglish no por pedantería, sino porque decirlo en español queda feo, lo he escrito y me ha sonado mal, a taco, y en mi casa no se pueden decir tacos a no ser que quieras arruinarte (cada vez que digamos uno, hay que echar un euro en la caja).

Leí eso y pensé, ¿realmente somos tan "toca cataplines" los que traemos hijos al mundo?.

Me vino a la mente alguna escena en el parque, de las pocas que he vivido, pues los parques no son lo mío, en la que una encantadora madre charla animadamente con su chupipandi de parque mientras su hijo vierte kilos de arena encima de la cabeza de mi hija de pelo afro. Ella a lo suyo, sin inmutarse, mientras su precioso churumbel lleno de mocos me jode la tarde y la semana (un euro para el bote, ya empezamos), pues me tiro al menos siete días intentando quitarle los dichosos granitos de su melena. Algún día hablaré de mis aventuras y desventuras con el pelo afro, da para una novela por entregas.

También me llegan otras imágenes, como la de esos niños solitarios de la piscina, solitarios respecto a sus progenitores, que están siempre ausentes, que se pasan por el forro las más elementales normas de convivencia. Si quieres conocer a sus padres invisibles no tienes más que llamarles la atención una vez, y al minuto siguiente ya les tienes ahí, defendiendo a sus cachorros cual Belén Esteban en edición especial de Sálvame.

Y rememoro con nitidez sonidos, como la de esas madres (a veces padres) que critican a otras madres por cosas como dar el pecho o por no darlo, adoptar un hijo o tenerlo de forma natural, ser madre soltera o madre por inseminación artificial, tener muchos hijos o hijos únicos, por tener jornada reducida o no tenerla, por bañar a tus hijos todos los días o día sí/día no, por llevarles a comer hamburguesas o no dejarles probar un happy meal en toda su infancia, por dejarles ver mucha tele o sólo ponerles dibujos en alemán.

Sí, está claro que nos gusta tocar las balls un rato. Ahora no me acuerdo de mí tocando nada, pero seguro que alguna vez lo he hecho, perfecta del todo no soy ;-)

Y llegados a este punto me pregunto, ¿estos tocamientos son exclusivos de los padres y madres? ¿Alguna neurona se nos atrofia en el cerebro y empezamos a comportarnos como seres insoportables para la otra parte de la humanidad, esa parte que disfruta de la vida sin ataduras ni responsabilidades infantiles? ¿O es que ser toca narices/huevos/pelotas (al final no he podido resistirme, más euros al bote) viene ya de serie y la paternidad / maternidad es algo que llega después, de forma no intrínseca ni relacionada? ¿Uno nace balls- toucher o se hace?

A mí hay una serie de balls- touchers que me llegan al alma de forma especial, y no sé, ni me importa si tienen hijos. Se me ocurren así, sin pensarlo mucho:

- Los que tocan su claxon sin mesura y sin venir a cuento, cuando encima te adelantan por la derecha o alguna payasada por el estilo.
- Los dueños de los perros que no se preocupan de recoger las cacas de sus animales.
- Los teleoperadores de cierta empresa de telefonía que me llaman siempre a la hora de la siesta en fin de semana o a la hora de la cena entre semana. Todos los días. Desde hace años.
- Los directivos de ciertos bancos, que me cobran por respirar.
- Los caraduras en general.
- Los lunes.



PD. Confieso que a veces mola ser tocapeloteas.