viernes, 22 de febrero de 2013

Reflexiones sobre el universo


"Mamá, ¿tú crees que hay vida en otros planetas?, y eso de que el universo sea infinito... realmente no lo entiendo, ¿cómo puede ser que el universo no se acabe por ningún sitio? Eso es muy raro, rarísimo, no lo puedo entender, ¿y cómo se creó el universo? Si se creó alguna vez es que tuvo un principio, luego no puede ser infinito, ¿no?. Mamá tengo muchas dudas  y me temo que voy a tener que vivir con ellas para siempre".

Todo lo que hay escrito en el párrafo anterior me lo soltó ayer mi hija mayor (9 años) de corrido, casi sin respirar, cuando salimos del coche y nos dirigíamos desde el garaje a casa. Mientras trataba de buscar una respuesta científicamente coherente a su primera pregunta, ella siguió hablando sin parar como si no hubiese mañana y no me dio tiempo a reaccionar de forma adecuada, por eso creo que remató su perorata con "me temo que voy a tener que vivir con ellas". Era una frase con doble sentido, quería decir por un lado que había notado que yo no iba a responder a sus preguntas, y por otro, que quizá nadie jamás pudiera responderlas. Creo que era Calvin, de Calvin y Hobbes, quien decía aquello de que "no tiene sentido ser madre si no lo sabes todo". Me da a mí que esta niña empieza ya a darse cuenta de que no soy la mujer perfecta que ella imagina...

Un poco más tarde, mi otra peque (4 años) me trae su monedero lleno de monedas de 5, 2 y 1 céntimos y me suelta, "guan, chu, zri, for, fie, six, seven, eich, nain, ten, mamá, ¿a qué tengo muy pocas monedas? NECESITO más monedas mamá, porfaaaaaaaaaaaaa, me tienes que dar más monedas". Así que fui a mi cartera y me deshice de todas las monedas enanas que tenía. Ella se quedó tan feliz y emocionada pensando que ya tenía para su "aifon" de niños. Otra que se va a llevar una decepción muy grande cuando caiga en la cuenta que con sus muchas monedas no va a tener ni para un chupa-chups.

Aysssss, qué poco me queda para seguir siendo la mejor mamá del mundo.

jueves, 21 de febrero de 2013

Lo mejor es el antes de todo

Mientras desayunaba hoy he pensado en que ese ratito de la mañana es uno de los mejores del día. Estoy tranquila, en silencio, tomando café y tostada con aceite y leyendo el periódico en mi iPad comprado a plazos (gran invento el iPad y gran invento las compras a plazos). Y entonces he caído en la cuenta de algo y es que el mejor momento no es el rato que paso en tan agradables circunstancias. Lo que más me gusta es saber que voy a tener ese rato para mí antes de que pase realmente. El instante previo a que todo pase. Lo mismo sucede con los fines de semana. El mejor minuto del fin de semana es aquel en el que salgo por los tornos que controlan mi presencia en la oficina. Esa hora en la que tengo dos días y medio por delante para hacer montones de cosas que me gusta hacer o para no hacer ninguna de las cosas que no me gustan. E igualmente ocurre con las vacaciones.

El mayor disfrute es el saber que tienes tiempo por delante, que tienes montones de posibilidades, creerte que eres libre de verdad en el contexto de una falsa libertad coartada por los tornos de presencia, las rutinas diarias, los atascos, la necesidad de dormir, los otros y tus propios pensamientos "saboteadores".

Viva lo previo. Ahora me queda aprender a disfrutar del durante. Y del después.

lunes, 18 de febrero de 2013

One billion raising


Leo en El mundo una entrada del blog Ellas sobre esta iniciativa llamada One billion raising para concienciar sobre el matrato hacia las mujeres.

Me ha gustado mucho el vídeo y la iniciativa pero me da pena haberme enterado tarde y que ya haya pasado la fecha en la que se ponía en marcha, 14 de febrero.

Para quien no lo haya visto, lo recomiendo.


sábado, 16 de febrero de 2013

Enamoramientos

Cuando tienes ocho o nueve años y te enamoras por primera vez, en realidad ¿estás realmente enamorado o crees que lo estás?

Recuerdo que cuando (a long time ago) yo tenía esa linda edad creía estar enamorada hasta las trancas de un zagal muy guapetón de mi misma edad. Y realmente estaba convencida de estarlo. Supongo que tenía una idea del amor basada en los libros de cuentos de los hermanos Grimm y similares, y de las pelis de dibujos de entonces. Vamos, que tenía una idea del amor un tanto infantil y estereotipada. Cuando uno se hace adulto y pierde la mirada de la infancia, entonces se piensa que lo sabe todo y que uno jamás puede enamorarse con 8 años porque no tiene ni idea de las cosas de la vida. ¿Quién de nosotros tiene razón, el niño o el adulto?

Volviendo a mis ocho años, aquella fue una época en la que llevaba esos horribles calcetines de perlé que te dejaban la piel marcada a fuego y que dolían mogollón, vestidos de nido de abeja y con lazo a la espalda, y el pelo repeinado con colonia. Al hacer mi primera comunión me regalaron un diario. Y como tenía miedo a que mi madre lo leyera y se enfadara conmigo, escribía en clave mis sentimientos de enamoramiento precoz: "hoy estoy muy feliz por eso que me ha pasado al salir del cole (traducción: me cruce con él por la calle y me dijo hola)", "hace muchos días que no pasa eso que quiero que pase (traducción: encontrarme con él casualmente en alguna parte). Nunca llegué más allá de eso, no fui capaz de expresarle abiertamente mis sentimientos, entre otras cosas porque creía que él estaba enamorado de mi prima, que siempre fue mucho más mona que yo. Ella apuntaba maneras de pibón desde pequeñaja, de manera que a su lado todas parecíamos el premio de consolación. Además, en aquella época y en un pueblo como el mío, encima yendo a un colegio de monjas, la posibilidad de que alguien del sexo femenino mostrarse algún tipo de acercamiento a alguien del sexo masculino era considerado algo parecido a un pecado capital.

De esta forma conseguí llegar a la adolescencia sin ninguna decepción amorosa de calado. Curiosamente ese amor infantil se convirtió en amor pavonil (por eso de la edad del pavo) y fue, para mi alborozo inicial, correspondido. Hasta que al chaval se le cruzó el cable de "qué guapo soy, puedo salir con todas las que quiera" y de "lo que más mola es salir con mis amigos" y me pegó el primer hachazo sentimental de mi vida. Luego la cosa se complicó y descomplicó nuevamente, y así anduvimos tres intensos años de amor va y amor viene, hasta que se rompió la cosa de forma definitiva. Pero todo esto forma parte de otra historia que en este momento no viene al caso.

Realmente lo que quería comentar es otra cosa. Resulta que el jueves pasado, San Valentín, asistí en la distancia al primer desengaño amoroso de un chavalín de 9 años amigo de mi hija que me dejó algo desolada. Al parecer, el muchacho se ha enamorado (o eso cree él) de una chiquita del cole de la misma edad. Y, muy valiente él, escribió una tarjeta de San Valentín para su amada. Como es un poco tímido, pidió a mi hija que le diera la postal a la niña de su parte ¿Y qué creéis que hizo ella al recibir la declaración de amor? La rompió sin leerla, con un par.

No sé qué motivos la impulsaron a hacer aquello. Quizá sabía de quién se trataba y le caía mal y quiso despreciarle de esa manera. Quizá estaba nerviosa y lo hizo sin pensar. Lo mismo creyó que era una broma de mi hija. Vete a saber. Sea como fuere, no pude evitar ponerme en la piel de ese niño y me entraron muchas ganas de llorar. Vaya tontería, ¿no? seguro que la cosa no fue para tanto, sólo fueron cosas de críos. Pero es que se me venían a la mente las cosas que yo sentía antes de los 10 años, la fuerza y sinceridad de los sentimientos, muchas veces ninguneados por los adultos, que no daban importancia a nuestras cosas porque los niños éramos entonces los últimos monos. Y esas cosas, la tristeza después de una regañina,  el miedo tras una pesadilla, la decepción cuando alguien nos despreciaba,  se quedan grabadas a fuego y te hacen la puñeta para el resto de tu vida.

Una de las amigas del niño, se le acercó y le dijo para darle ánimos: "no te preocupes, hay muchos peces en el agua", con esa sabiduría aprendida de escuchar a los mayores. Más de una vez me han
dicho la misma frase o yo la he dicho a alguien. Y realmente la frase es cierta, cada vez hay más peces por todos partes. Sólo que en ese momento de decepción, tú sólo ves un pez en el mar que se aleja de ti a toda velocidad para no caer en tus redes.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Hablando de Breaking bad



Breaking bad es la historia de un proceso químico. Un elemento que se une a otro elemento y produce algo completamente distinto, antagónico al estado inicial, aunque, como dice el protagonista en una de sus emocionantes clases, todo en realidad es carbono. Carbono+carbono=carbono.

Breaking bad cuenta la historia de la asombrosa transformación de un #tío_poca_cosa a un #tíazo_que_da_miedo. Alguien anodino, del montón, un poco pusilánime, frustrado, abocado a una vida sin emociones y gris, encerrado entre las cuatro paredes de un aula con un puñado de adolescentes apáticos, que no se inmutan ni siquiera cuando se menciona el sexo.

Y de repente, un hecho inesperado. El tío en cuestión es diagnosticado de un cáncer muy avanzado, en el que le comunican que su vida tiene los días contados (no estoy destripando nada, es la sinopsis de la serie, don't worry). Creyendo firmemente que su final está cerca, se le enciende la lucecita de "no tengo nada que perder” y “ahora os vais a enterar de lo que vale un peine”. Entonces va y se convierte en un ser sin escrúpulos, malo malísimo (un poco torpe al principio por aquello de la falta de experiencia), y empieza a hacer todo tipo de fechorías para conseguir pasta. El vil metal es al final lo que quieren todos los malos. La pasta y el poder, el cual es directamente proporcional a la cantidad de ceros en la cuenta bancaria. Lo jodido del tema es que hasta se vuelve atractivo, al menos a mí me lo parece. ¿Qué tendrán los malos que nos gustan tanto? A mí, particularmente me encanta la libertad que emana Walt, el personaje principal del que estoy hablando, al saberse acechado por la guadaña. Se siente libre de miedos y prejuicios, y hace realmente lo que le da la gana. Otro tema es que lo que te dé la gana sea ilegal, inmoral y dañino.
En esencia la historia me lleva a reflexionar sobre un tema existencial que todos hemos pensado alguna vez ¿realmente es necesario que nos ocurra algo de esta gravedad para darnos cuenta del valor de la vida y  empezar a ser libres de verdad? Ya no hablo de libres para “hacer el mal” (por mucho que a veces nos apetezca cuando estamos muy enfadados con el mundo), me refiero a libres para ser uno mismo, para luchar por lo que queremos, para vivir de acuerdo a nuestros valores y nuestros ideales y sueños, para no conformarnos con “lo que nos ha tocado en suerte” y lanzarnos a cambiar las cosas.

El primer paso empieza por pararse a pensar en quienes somos realmente. Creemos que nos conocemos pero me da que no tenemos ni pajolera idea.

Por si no ha quedado claro, me encanta Breaking bad, estoy enganchada y recomiendo la serie por su calidad en todos los sentidos. La primera escena de todas pone los pelos de punta.

sábado, 2 de febrero de 2013

Lo que he aprendido esta semana

Muchas veces los días parecen sucederse de una forma monótona, un levantarse-desayunar-arreglarse-ir a trabajar ( los pocos suertudos que podemos)- volver a casa- cenar- leer/ver la tele/hablar- dormir. Aparentemente nada nos ha pasado digno de mención, como cuando un amigo al que hace mucho que no vemos nos pregunta "¿qué tal?" y nos quedamos sin saber qué decir, pues nos parece que si no ha sucedido algo extraordinario no tenemos nada interesante que contar.

En realidad, si lo pienso bien, a lo largo de las 24 horas del día me (nos) pasan montones de cosas, multitud de situaciones, conversaciones, noticias, visiones, eventos varios, gestos que vemos en los demás incluso, que pueden implicar un cambio en tu vida. Muchas veces pasa inadvertido porque no le doy importancia a priori. Sin embargo, si me pongo a analizar el pasado reciente, es increíble comprobar cómo mi vida va cambiando poco a poco, conforme voy asimilando cosas nuevas, aprendiendo, descubriendo, experimentando. Unas veces de forma positiva, otras no tanto.

Al igual que digo esto, pienso que sucede de forma parecida en sentido inverso. A veces ocurre algo inesperado y que calificamos de importante o muy importante, y con el tiempo compruebas que tampoco ha sido para tanto. Como cuando mi padre me pillaba haciendo algo malo en público, por ejemplo haciendo manitas con el novio de jovencita, y esperaba que al llegar a casa me iba a caer una bronca y castigo monumentales. Qué mal lo pasaba hasta llegar a casa pensando en ese " ya hablaremos" categórico y amenazante. Para después ver cómo, sorprendentemente, mi padre decidía dejarlo pasar.

A lo largo de esta semana me han ocurrido muchas cositas, unas aparentemente triviales y otras aparentemente importantes. Unas aparentemente buenas y otras aparentemente feas. Aquí hago una lista resumida:

1. Saber que mis compañeros de trabajo, de forma anónima y en el contexto de un taller de comunicación, piensan de mi que soy: responsable, convincente, imaginativa, inteligente y tranquila, entre otras cosas. Me encanta lo de inteligente e imaginativa. Lo de tranquila no sé cómo interpretarlo.

2. Conocer el modelo de comunicación de la ventana de Johari, el cual, según la Wikipedia, " es un modelo de análisis que ilustra el proceso de comunicación y analiza la dinámica de las relaciones personales. Intenta explicar el flujo de información desde dos puntos de vista, la exposición y la realimentación, lo cual ilustra la existencia de dos fuentes: los «otros», y el «yo»". 

Tenemos la zona libre que es la que nosotros conocemos y los demás conocen de nosotros. La zona privada, que nosotros conocemos sobre nosotros y los demás no. La ciega, que nosotros no conocemos y los otros sí, o sea, eso que piensan de nosotros ( en este punto creo que la opinión que no conocemos sobre nosotros no tiene por qué coincidir con lo que somos de verdad). Y la más inquitante, la desconocida, nadie la conoce, ni yo ni los demás. Lo que me gustó de todo esto es darme cuenta de que escribir este blog me hace cada vez más libre.

3. Indignarme y enfadarme mucho con el caso de los sobres y demás mierda política.

4. Descubrir que en mi nueva pelu  no son muy profesionales depilando las cejas y que me volvieron a timar con la subrepticia pregunta de "¿mascarilla o crema?".

5. Perder a mi jefa. De repente la cambian de departamento, sin previo aviso, y su equipo se queda con un palmo de narices, entre los que me encuentro yo. Se abre un periodo raro, incierto, no si para mejor o peor. Ella se merecía este ascenso sin duda, y me alegro por ella. Sin embargo siento una especie de desamparo, como cuando acabas octavo de EGB y te despides para siempre de una o dos profesoras geniales que te hacían currar de lo lindo pero al mismo tiempo se preocupaban por ti y procuraban hacerte la vida un poco más fácil.

6. Enterarme de que mi hija es "abrochadora" de abrigos y "peluquista" con sus amigos del cole, según sus propias palabras.

7. Asumir que voy a ser incapaz de aprenderme todos los nombres de las iglesias y demás edificios de los 1000 años que se cuentan en la asignatura de Historia del Arte de la que me tengo que examinar el día 12.

Pues eso.